LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 15 de octubre de 2025
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AUDIENCIAS DEL PAPA LEÓN XIV - 2025
Audiencia general - (15 de octubre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. 1. El Resucitado, fuente viva de la esperanza humana. (Jn 10,7.9-10)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 15 de octubre de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. 1. El Resucitado, fuente viva de la esperanza humana. (Jn 10,7.9-10)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis del Año jubilar, hasta este momento, hemos recorrido la vida de Jesús siguiendo los Evangelios, desde el nacimiento a la muerte y resurrección. De este modo, nuestra peregrinación en la esperanza ha encontrado su fundamento firme, su camino seguro. Ahora, en la última parte del camino, dejaremos que el misterio de Cristo, que culmina en la Resurrección, libere su luz de salvación en contacto con la realidad humana e histórica actual, con sus preguntas y sus desafíos.
Nuestra vida está marcada por innumerables acontecimientos, llenos de matices y de vivencias diferentes. A veces nos sentimos alegres, otras veces tristes, otras incluso satisfechos, o estresados, gratificados o desmotivados. Vivimos muy ocupados, nos centramos en alcanzar resultados, llegamos a alcanzar metas también altas, prestigiosas. Y viceversa, permanecemos suspendidos, precarios, esperando éxitos y reconocimientos que tardan en llegar o nunca llegan. En resumen, nos encontramos experimentando una situación paradójica: quisiéramos ser felices, pero es muy difícil conseguirlo de forma continuada y sin sombras. Aceptamos nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, tenemos el impulso irreprimible de intentar superarlas. En el fondo, sentimos que siempre nos falta algo.
En verdad, no hemos sido creados para la falta, sino para la plenitud, para disfrutar de la vida y de la vida en abundancia, según la expresión de Jesús en el Evangelio de Juan (cfr 10,10).
Este deseo grande de nuestro corazón puede encontrar su última respuesta no en los roles, no en el poder, no en el tener, sino en la certeza de que alguien se hace garante de este impulso constitutivo de nuestra humanidad; en la conciencia de que esta espera no será decepcionada o frustrada. Tal certeza coincide con la esperanza. Esto no quiere decir pensar de forma optimista: a menudo el optimismo nos decepciona, al ver cómo nuestras expectativas implosionan, mientras la esperanza promete y cumple.
Hermanas y hermanos, ¡Jesús Resucitado es la garantía de esta llegada! Él es la fuente que sacia nuestra sed ardiente, la sed infinita de plenitud que el Espíritu Santo infunde en nuestro corazón. La Resurrección de Cristo, de hecho, no es un simple acontecimiento de la historia humana, sino el evento que la transformó desde dentro.
Pensemos en una fuente de agua. ¿Cuáles son sus características? Sacia y refresca a las criaturas, riega la tierra, las plantas, hace fértil y vivo lo que de otra forma sería árido. Alivia al caminante cansado ofreciéndole la alegría de un oasis de frescura. Una fuente aparece como un don gratuito para la naturaleza, para sus criaturas, para los seres humanos. Sin agua no se puede vivir.
El Resucitado es la fuente viva que no se seca y no sufre alteraciones. Permanece siempre pura y preparada para todo el que tenga sed. Y cuanto más saboreamos el misterio de Dios, más nos atrae, sin quedar nunca completamente saciados. San Agustín, en el décimo libro de las Confesiones, capta este anhelo inagotable de nuestro corazón y lo expresa en el famoso Himno a la Belleza: «Exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz» (X, 27, 38).
Jesús, con su Resurrección, nos ha asegurado una permanente fuente de vida: Él es el Viviente (cfr Hch 1,18), el amante de la vida, el victorioso sobre toda muerte. Por eso es capaz de ofrecernos alivio en el camino terreno y asegurarnos la quietud perfecta en la eternidad. Solo Jesús muerto y resucitado responde a las preguntas más profundas de nuestro corazón: ¿hay realmente un punto de llegada para nosotros? ¿Tiene sentido nuestra existencia? ¿Y el sufrimiento de tantos inocentes, cómo podrá ser redimido?
Jesús Resucitado no deja caer una respuesta “desde arriba”, sino que se hace nuestro compañero en este viaje a menudo cansado, doloroso, misterioso. Solo Él puede llenar nuestra jarra vacía, cuando la sed se hace insoportable.
Y Él es también el punto de llegada de nuestro caminar. Sin su amor, el viaje de la vida se convertiría en un vagar sin meta, un trágico error con un destino perdido. Somos criaturas frágiles. El error forma parte de nuestra humanidad, es la herida del pecado que nos hace caer, renunciar, desesperar. Resurgir significa sin embargo volver a levantarse y ponerse de pie. El Resucitado garantiza la llegada, nos conduce a casa, donde somos esperados, amados, salvados. Hacer el viaje con Él al lado significa experimentar ser sostenidos a pesar de todo, saciados y fortalecidos en las pruebas y en las fatigas que, como piedras pesadas, amenazan con bloquear o desviar nuestra historia.
Queridos, de la Resurrección de Cristo brota la esperanza que nos hace gustar anticipadamente, no obstante las fatigas de la vida, una quietud profunda y gozosa: aquella paz que Él solo nos podrá dar al final, sin fin.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Roguemos al Señor para que quienes se sienten desanimados o cansados de la vida, descubran en el Resucitado la paz profunda y llena de gozo que solamente él nos puede dar. Que Dios los bendiga.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis de este Año jubilar hemos recorrido la vida de Jesús desde su nacimiento hasta su resurrección, en la que nos revela esa luz que salva y transforma la realidad humana. Como escuchamos en el Evangelio, Él nos promete “vida en abundancia” porque hemos sido creados para una vida en plenitud, para una vida nueva en Cristo. Este deseo coincide con la esperanza que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones.
Hermanas y hermanos, ¡Cristo resucitado es un puerto seguro en nuestro camino! El Resucitado es la garantía de esta esperanza que no quedará defraudada. Él es fuente perenne de vida plena.
Nos acompaña en el viaje de nuestra historia, a veces dolorosa; y Él, que es la meta, nos conduce a casa en donde somos esperados, amados y salvados. Caminar junto a Jesús, con nuestra condición de creaturas frágiles, significa experimentar que somos cuidados, saciados de nuestra sed y reconfortados en las pruebas y dificultades de nuestra vida.
Audiencia general - (8 de octubre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 10. Volver a encender. «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». (Lc 24, 32)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 8 de octubre de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 10. Volver a encender. «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». (Lc 24, 32)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera invitaros a reflexionar sobre un aspecto sorprendente de la resurrección de Cristo: su humildad. Si recordamos los relatos evangélicos, nos damos cuenta de que el Señor resucitado no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos. No aparece rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no pronuncia discursos solemnes para revelar los secretos del universo. Al contrario, se acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un hombre hambriento que pide compartir un poco de pan (cf.Lc24,15.41).
María de Magdala lo confunde con un jardinero (cf.Jn20,15). Los discípulos de Emaús creen que es un forastero (cf. Lc24,18). Pedro y los demás pescadores creen que es un simple transeúnte (cf. Jn21,4). Habríamos esperado efectos especiales, signos de poder, pruebas abrumadoras. Pero el Señor no busca eso: prefiere el lenguaje de la proximidad, de la normalidad, de la mesa compartida.
Hermanos y hermanas, en esto hay un mensaje precioso: la Resurrección no es un giro teatral, es una transformación silenciosa que llena de sentido cada gesto humano. Jesús resucitado come una porción de pescado delante de sus discípulos: no es un detalle marginal, es la confirmación de que nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones no son un envoltorio para tirar. Están destinados a la plenitud de la vida. Resucitar no significa convertirse en espíritus evanescentes, sino entrar en una comunión más profunda con Dios y con nuestros hermanos, en una humanidad transfigurada por el amor.
En la Pascua de Cristo, todo puede convertirse en gracia. Incluso las cosas más ordinarias: comer, trabajar, esperar, cuidar de la casa, apoyar a un amigo. La Resurrección no resta vida al tiempo y al esfuerzo, sino que cambia su sentido y su "sabor". Cada gesto realizado en gratitud y comunión anticipa el Reino de Dios.
Sin embargo, hay un obstáculo que a menudo nos impide reconocer esta presencia de Cristo en lo cotidiano: la pretensión de que la alegría debe ser sin heridas. Los discípulos de Emaús caminaban tristes porque esperaban otro final, un Mesías que no conociera la cruz. A pesar de haber oído que la tumba está vacía, son incapaces de sonreír. Pero Jesús está a su lado y, con paciencia, les ayuda a comprender que el dolor no es la negación de la promesa, sino el modo en que Dios ha manifestado la medida de su amor (cf.Lc24, 13-27).
Cuando por fin se sientan a la mesa con Él y parten el pan, se les abren los ojos. Y se dan cuenta de que su corazón ya ardía, aunque no lo sabían (cf. Lc24, 28-32). Esta es la mayor sorpresa: descubrir que bajo las cenizas del desencanto y del cansancio siempre hay un rescoldo vivo, a la espera de ser reavivado.
Hermanos y hermanas, la resurrección de Cristo nos enseña que no hay historia tan marcada por el desengaño o el pecado que no pueda ser visitada por la esperanza. Ninguna caída es definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a permanecer abierta para siempre. Por distantes, perdidos o indignos que nos sintamos, no hay distancia que pueda apagar la fuerza infalible del amor de Dios.
A veces pensamos que el Señor sólo viene a visitarnos en momentos de recogimiento o de fervor espiritual, cuando nos sentimos con fuerzas, cuando nuestra vida parece ordenada y luminosa. En cambio, el Resucitado se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le es ajeno.
Hoy, el Señor resucitado viene junto a cada uno de nosotros, tal como recorremos nuestros caminos -los del trabajo y el compromiso, pero también los del sufrimiento y la soledad- y con infinita delicadeza nos pide que nos dejemos calentar el corazón. No se impone con clamores, no exige ser reconocido inmediatamente. Con paciencia espera el momento en que nuestros ojos se abran para ver su rostro amigo, capaz de transformar la decepción en confiada espera, la tristeza en gratitud, la resignación en esperanza.
El Resucitado sólo desea manifestar su presencia, hacerse nuestro compañero de camino y encender en nosotros la certeza de que su vida es más fuerte que cualquier muerte. Pidamos, pues, la gracia de reconocer su presencia humilde y discreta, de no esperar una vida sin pruebas, de descubrir que todo dolor, si es habitado por el amor, puede convertirse en lugar de comunión.
Y así, como los discípulos de Emaús, también nosotros volvemos a nuestras casas con un corazón que arde de alegría. Una alegría sencilla, que no borra las heridas, sino que las ilumina. Una alegría que nace de la certeza de que el Señor está vivo, que camina con nosotros y nos da en cada momento la posibilidad de recomenzar.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a pedir la gracia de reconocer la presencia humilde y discreta de Dios en todos los momentos de nuestra vida, especialmente en los más difíciles. Que no haya nada que pueda arrebatarnos la alegría de experimentar a Cristo vivo. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis contemplamos un rasgo sorprendente del misterio de la Resurrección de Cristo, la humildad. El Señor resucitado no se manifiesta de manera espectacular, no irrumpe forzando la fe de los discípulos, al contrario, se acerca con discreción: mientras María Magdalena lo confunde con el jardinero, los discípulos de Emaús creían que era un forastero. De este modo, Jesús resucitado tiene gestos tan ordinarios como comer con sus discípulos un trozo de pescado.
Jesús, con su Resurrección, nos enseña, además, que ninguna caída es definitiva. Si bien la historia humana está herida por la desilusión y el pecado, por este misterio de amor tenemos la esperanza de que no existe nada, ni siquiera la muerte, que pueda separarnos del amor de Dios. A veces pensamos que Él está con nosotros sólo cuando las cosas van bien, sin embargo, nos acompaña también en los momentos más oscuros.
Audiencia Jubilar - (4 de octubre de 2025). Esperar es elegir. Clara de Asís
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Plaza de San Pedro
, sábado 4 de octubre de 2025
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Catequesis. 6. Esperar es elegir. Clara de Asís
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos a todos!
En el texto bíblico recién leído (Lucas 16:13-14), el evangelista señala que algunas personas, tras escuchar a Jesús, se burlaron de él. Su discurso sobre la pobreza les pareció absurdo. Más precisamente, se sintieron profundamente conmovidos por su apego al dinero.
Queridos amigos, han venido como peregrinos de esperanza, y el Jubileo es un tiempo de esperanza concreta, en el que nuestros corazones pueden encontrar perdón y misericordia, para que todo pueda comenzar de nuevo. El Jubileo también abre la puerta a la esperanza de una distribución diferente de la riqueza, a la posibilidad de que la tierra sea de todos, porque en realidad no es así. Este año debemos elegir a quién serviremos: a la justicia o a la injusticia, a Dios o al dinero.
Esperar es elegir. Esto significa al menos dos cosas. La más obvia es que el mundo cambia si nosotros cambiamos. Por eso peregrinamos; es una elección. Cruzamos la Puerta Santa para entrar en una nueva era. El segundo significado es más profundo y sutil: esperar es elegir, porque quienes no eligen desesperan. Una de las consecuencias más comunes de la tristeza espiritual, es decir, la acedia, es no elegir nada. Quienes la experimentan se ven dominados por una pereza interior peor que la muerte. Esperar, sin embargo, es elegir.
Hoy quisiera recordar a una mujer que, con la gracia de Dios, supo elegir. Una joven valiente y poco convencional: Clara de Asís. Y me alegra hablar de ella precisamente el día de la festividad de San Francisco. Sabemos que Francisco, al elegir la pobreza evangélica, tuvo que romper con su familia. Pero era hombre: hubo escándalo, pero fue leve. La elección de Clara fue aún más impresionante: una joven que quería ser como Francisco, que quería vivir, como mujer, libre como aquellos hermanos.
Chiara comprendió lo que exige el Evangelio. Pero incluso en una ciudad que se considera cristiana, que el Evangelio se tome en serio puede parecer una revolución. Entonces, como hoy, ¡debemos elegir! Chiara eligió, y esto nos da una gran esperanza. Vemos dos consecuencias de su valentía al seguir ese deseo: la primera es que muchas otras jóvenes de la zona encontraron la misma valentía y eligieron la pobreza de Jesús, la vida de las Bienaventuranzas; la segunda consecuencia es que esa elección no fue efímera, sino que perdura en el tiempo, hasta llegar a nosotras. La elección de Chiara ha inspirado decisiones vocacionales en todo el mundo y continúa haciéndolo hoy.
Jesús dice: no se puede servir a dos señores. Por eso, la Iglesia es joven y atrae a los jóvenes. Clara de Asís nos recuerda que el Evangelio atrae a los jóvenes. Sigue siendo cierto: a los jóvenes les gustan las personas que han elegido y asumen las consecuencias de sus decisiones. Y esto impulsa a otros a elegir. Es una santa imitación: no nos convertimos en "fotocopias", sino que cada persona, al elegir el Evangelio, se elige a sí misma. Se pierde y se encuentra. La experiencia demuestra: así es como sucede.
Oremos, pues, por los jóvenes; y oremos para que seamos una Iglesia que no sirva al dinero ni a sí misma, sino al Reino de Dios y a su justicia. Una Iglesia que, como Santa Clara de Asís, tenga la valentía de habitar la ciudad de otra manera. ¡Esto nos da esperanza!
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Saludos
Saludo cordialmente a los francófonos, especialmente a los peregrinos del Vicariato Apostólico de Estambul, acompañados por Monseñor Massimiliano Palinuro; a los de Francia, con Monseñor Matthieu Rougé; y a los de Bélgica. Hermanos y hermanas, oremos por los jóvenes, para que encuentren en la Iglesia, al servicio del Reino de Dios y su justicia, un espacio donde puedan tomar decisiones inspiradas en el Evangelio y sostenidas por la esperanza. ¡Que Dios los bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles francófonos, especialmente a los peregrinos del Vicariato Apostólico de Estambul, acompañados por el arzobispo Massimiliano Palinuro; a los de Francia, con el arzobispo Matthieu Rougé; y a los de Bélgica. Hermanos y hermanas, oremos por los jóvenes, para que encuentren en la Iglesia, al servicio del Reino de Dios y su justicia, un espacio donde puedan tomar decisiones inspiradas en el Evangelio y sostenidas por la esperanza. ¡Que Dios los bendiga !
I extend a warm welcome this morning to all the English-speaking pilgrims and visitors taking part in today’s Audience, especially those coming from South Africa, South Korea and the United States of America. A special greeting to all of you who are participating in the Jubilee of the Missions and Migrants. In praying that you may experience an increase in the virtue of hope during this Jubilee Year, I invoke upon all of you, and upon all your families, the joy and the peace of our Lord Jesus Christ. God bless you all!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Roguemos al Señor por los jóvenes para que, a ejemplo de Clara, sepan elegir y dar sentido a su vida; y también para que seamos una Iglesia que no trate de servir al dinero o a sí misma, sino al Reino de Dios y su justicia. Que Dios los bendiga.
Saúdo os peregrinos de língua portuguesa, especialmente os que chegaram de Portugal e do Brasil, aqui reunidos para a peregrinação jubilar. Exorto-vos a atravessar a Porta Santa, escolhendo a vida que Jesus nos oferece no Evangelho: uma vida pobre, justa, misericordiosa, pacificadora e feliz. Deus vos abençoe!
[Saluto i fedeli di lingua portoghese, in modo speciale quelli provenienti dal Portogallo e dal Brasile, qui convenuti per il pellegrinaggio giubilare. Vi esorto a varcare la Porta Santa, scegliendo la vita che Gesù ci offre nel Vangelo: una vita povera, giusta, misericordiosa, pacificatrice e felice. Dio vi benedica!]
Pozdrawiam wszystkich Polaków, a szczególnie ludzi młodych, którzy uczą się w szkołach i studiują na uniwersytetach, by podejmować w przyszłości odpowiedzialne zadania w społeczeństwie i w różnych wspólnotach. Niech przykład świętych Franciszka i Klary umacnia was w dokonywaniu odważnych decyzji życiowych, byście pragnęli i wymagali od siebie więcej, stając się znakiem nadziei dla innych, zwłaszcza dla waszych rówieśników. Z serca wam błogosławię!
[Saluto tutti i polacchi, in particolare i giovani che frequentano le scuole e le università per assumere in futuro diverse responsabilità nella società e nelle varie comunità. L’esempio dei santi Francesco e Chiara vi rafforzi nel prendere decisioni coraggiose nella vita, affinché possiate desiderare e esigere di più da voi stessi, diventando un segno di speranza per gli altri, specialmente per i vostri coetanei. Vi benedico di cuore!]
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Rivolgo un cordiale benvenuto ai fedeli di lingua italiana, specialmente a quelli della Diocesi di Piacenza-Bobbio, con il Vescovo Mons. Adriano Cevolotto; cari fratelli e sorelle, auspico che, fortificati dalla grazia del Giubileo, possiate essere testimoni di fraternità e di carità evangelica nelle vostre comunità
Saluto poi le parrocchie di Francavilla al Mare, San Felice a Cancello e Sarno, la Federazione Motociclistica Italiana.
Finalmente, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Hoy celebramos la festividad de San Francisco de Asís. Para ustedes, jóvenes, que sea un modelo de vida evangélica; para ustedes, los enfermos, un ejemplo de amor a la Cruz de Cristo; para ustedes, recién casados, los invito a confiar siempre en la Divina Providencia.
¡Mi bendición para todos!
Audiencia general - (1 de octubre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 9. La resurreción. «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,21)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza San Pedro
Miércoles, 1 de octubre de 2025
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Serie Catequética – Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 9. La Resurrección. «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,21)
Saludo del Santo Padre en el Aula Pablo VI antes de la Audiencia General
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz sea con vosotros!
¡Buen día!
Queridos peregrinos, ¡buenos días! Les saludo cordialmente a todos los que han venido a Roma desde Alemania en la peregrinación del Malteser Hilfsdienst. ¡Sí, bien, sí, gracias! Antes de ir a la Audiencia General en la Plaza, quería reunirme con ustedes personalmente aquí, en el Aula Pablo VI. Aquí podrán seguir con claridad lo que sucede en la Plaza de San Pedro a través de las pantallas, y al mismo tiempo estarán más protegidos.
Recitemos ahora juntos el Ave María, encomendando a la Santísima Virgen todas vuestras intenciones y las personas de vuestro hogar por quienes queréis rezar, y luego os imparto mi bendición apostólica.
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El centro de nuestra fe y el corazón de nuestra esperanza están firmemente arraigados en la resurrección de Cristo. Al leer atentamente los Evangelios, nos damos cuenta de que este misterio es asombroso no solo porque un hombre —el Hijo de Dios— resucitó de entre los muertos, sino también por la forma en que eligió hacerlo. De hecho, la resurrección de Jesús no es un triunfo rotundo, ni una venganza contra sus enemigos. Es un testimonio maravilloso de cómo el amor es capaz de resurgir tras una gran derrota para continuar su camino imparable.
Cuando nos recuperamos de un trauma causado por otros, nuestra primera reacción suele ser la ira, el deseo de que alguien pague por lo que hemos sufrido. El Resucitado no reacciona así. Tras emerger de las profundidades de la muerte, Jesús no se venga. No regresa con gestos de poder, sino que con mansedumbre manifiesta la alegría de un amor más grande que cualquier herida y más fuerte que cualquier traición.
El Resucitado no siente la necesidad de reiterar ni afirmar su superioridad. Se aparece a sus amigos —los discípulos— y lo hace con extrema discreción, sin forzar su capacidad de acogerlo. Su único deseo es volver a la comunión con ellos, ayudándolos a superar su sentimiento de culpa. Lo vemos muy claramente en el Cenáculo, donde el Señor se aparece a sus amigos, sumidos en el miedo. Es un momento que expresa una fuerza extraordinaria: Jesús, tras descender a las profundidades de la muerte para liberar a los prisioneros, entra en la habitación cerrada de los paralizados por el miedo, trayendo un don que nadie se habría atrevido a esperar: la paz.
Su saludo es sencillo, casi cotidiano: «¡La paz esté con vosotros! » ( Jn 20,19). Pero va acompañado de un gesto tan hermoso que resulta casi indecoroso: Jesús muestra a sus discípulos sus manos y su costado con las marcas de su pasión. ¿Por qué exhibir sus heridas ante la misma persona que, en esas horas trágicas, lo negó y lo abandonó? ¿Por qué no ocultar esos signos de dolor y evitar reabrir la herida de la vergüenza?
Sin embargo, el Evangelio dice que, al ver al Señor, los discípulos se alegraron (cf. Jn 20,20). La razón es profunda: Jesús está ahora plenamente reconciliado con todo lo que sufrió. No hay rastro de resentimiento. Las heridas no son un reproche, sino la confirmación de un amor más fuerte que cualquier infidelidad. Son la prueba de que, precisamente en el momento de nuestro fracaso, Dios no ha retrocedido. No nos ha abandonado.
Así, el Señor se muestra desnudo y desarmado. No exige ni chantajea. El suyo es un amor que no humilla; es la paz de quienes han sufrido por amor y ahora pueden decir por fin que valió la pena.
Nosotros, sin embargo, a menudo ocultamos nuestras heridas por orgullo o miedo a parecer débiles. Decimos: «No importa», «Se acabó», pero no estamos realmente en paz con las traiciones que nos han herido. A veces preferimos ocultar nuestra lucha por perdonar para no parecer vulnerables y arriesgarnos a sufrir más. Jesús no lo hace. Ofrece sus heridas como garantía de perdón. Y demuestra que la Resurrección no es la eliminación del pasado, sino su transfiguración en esperanza de misericordia.
Entonces, el Señor repite: «¡La paz esté con vosotros!». Y añade: «Como el Padre me envió, también yo los envío» (v. 21). Con estas palabras, confía a los apóstoles una tarea que no es tanto un poder como una responsabilidad: ser instrumentos de reconciliación en el mundo. Como si dijera: «¿Quién puede proclamar el rostro misericordioso del Padre sino vostros, que habéis experimentado el fracaso y el perdón?».
Jesús sopla sobre ellos y les da el Espíritu Santo (v. 22). Es el mismo Espíritu que lo sostuvo en su obediencia al Padre y en su amor hasta la cruz. Desde ese momento, los apóstoles ya no pueden callar lo que han visto y oído: que Dios perdona, eleva y restaura la confianza.
Este es el corazón de la misión de la Iglesia: no ejercer poder sobre los demás, sino comunicar la alegría de quienes han sido amados precisamente cuando no lo merecían. Es la fuerza que dio origen y crecimiento a la comunidad cristiana: hombres y mujeres que descubrieron la belleza de volver a la vida para poder compartirla con los demás.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros somos enviados. A nosotros también, el Señor nos muestra sus heridas y nos dice: «La paz sea con vosotros». No tengáis miedo de mostrar sus heridas, sanadas por la misericordia. No tengáis miedo de acercarse a quienes están atrapados en el miedo o la culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también testigos de esta paz y este amor, más fuertes que cualquier derrota.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga testigos de la paz de Cristo, sin miedo a mostrar las heridas sufridas en el camino y sanadas por su misericordia, que son signo de un amor que es más fuerte que la muerte. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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APELAR
Me entristecen las noticias que llegan desde Madagascar sobre los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y jóvenes manifestantes, que han causado la muerte de varios manifestantes y heridas a un centenar. Oremos al Señor para que se evite siempre toda forma de violencia y se fomente la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y el bien común.
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Doy una cálida bienvenida a los peregrinos de habla italiana. En particular, saludo a las parroquias de Maglie, Capodrise, Melito di Napoli y Campocavallo di Osimo, junto con el arzobispo Angelo Spina.
Doy una cálida bienvenida a la Asociación Nacional de la Policía Estatal de Enna, a la Asociación AICCOS de Molfetta y a los estudiantes y profesores de la escuela Maestre Pie Filippini de L'Aquila.
Finalmente, pienso en los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Hoy recordamos a Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. Que su ejemplo anime a todos a seguir a Jesús en el camino de la vida, dando testimonio gozoso del Evangelio en todas partes.
¡Mi bendición para todos!
Audiencia Jubilar - (27 de septiembre de 2025). 5. Esperar es intuir. Ambrosio de Milán
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Plaza de San Pedro
Sábado, 27 de septiembre de 2025
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5. Esperar es intuir. Ambrosio de Milán
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis jubilar reflexionamos sobre un aspecto de la esperanza que es la intuición. Somos peregrinos de esperanza, porque intuimos que algo nos espera, y hacemos espacio en la mente y el corazón para que Dios pueda revelarse.
Un ejemplo de esta capacidad de intuición en la historia de la Iglesia es la vocación de san Ambrosio, a quien el pueblo sencillo eligió como obispo, antes incluso de haber sido bautizado. Habiendo acogido la llamada de Dios, Ambrosio supo dar mucho a su pueblo, intuyendo nuevos caminos de evangelización.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española y en modo especial a todos los catequistas. Pidamos al Señor que sepamos intuir su presencia en nuestra vida y, siguiendo sus huellas, sirvamos con generosidad a la Iglesia, irradiando esperanza. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Audiencia general - (24 de septiembre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 8. El descenso. «Y en el Espíritu fue a hacer su anuncio también a los espíritus que estaban prisioneros» (1 P 3,19)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 24 de septiembre de 2025
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Saludo del Santo Padre en el Aula Pablo VI antes de la Audiencia general
¡Una bendición para todos vosotros!
Después podréis ver la Audiencia aquí en la pantalla, o también si queréis podéis salir, pero pensando en las previsiones del tiempo, era mejor venir aquí antes de comenzar la Audiencia General.
Así que, bendeciré a cada uno de vosotros que habéis venido esta mañana. Me alegra mucho estar con vosotros, ¡gracias por estar aquí! Ahora mismo hace sol fuera, pero dicen que va a llover, así que queremos que estéis bajo techo. Por tanto, sin extenderme más, que Dios os bendiga a todos y que el Señor os dé mucha paz en vuestros corazones. ¡Gracias!
Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús.8. El descenso. «Y en el Espíritu fue a hacer su anuncio también a los espíritus que estaban prisioneros» (1 P 3,19)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
también hoy nos detenemos en el misterio del Sábado Santo. Es el día del Misterio pascual en el que todo parece inmóvil y silencioso, mientras que en realidad se cumple una invisible acción de salvación: Cristo desciende al reino de los infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos aquellos que estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte.
Este evento, que la liturgia y la tradición nos han entregado, representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. De hecho, no basta decir ni creer que Jesús ha muerto por nosotros: es necesario reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos allí donde nosotros mismos nos habíamos perdido, allí donde se puede empujar solo la fuerza de una luz capaz de atravesar el dominio de las tinieblas.
Los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo nos alcanza también en este abismo, atravesando las puertas de este reino de tinieblas. Entra, por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a los habitantes, tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un Dios que no se detiene delante de nuestro pecado, que no se asusta frente al rechazo extremo del ser humano.
El apóstol Pedro, en el breve pasaje de su primera Carta que hemos escuchado, nos dice que Jesús, vivificado en el Espíritu Santo, fue a llevar el anuncio de salvación también «a los espíritus encarcelados» (1 Pe3,19). Es una de las imágenes más conmovedoras, que no se encuentra desarrollada en los Evangelios canónicos, sino en un texto apócrifo llamado Evangelio de Nicodemo. Según esta tradición, el Hijo de Dios se adentró en las tinieblas más espesas para alcanzar también al último de sus hermanos y hermanas, para llevar también allí abajo su luz. En este gesto está toda la fuerza y la ternura del anuncio pascual: la muerte nunca es la última palabra.
Queridos, este descenso de Cristo no tiene que ver solo con el pasado, sino que toca la vida de cada uno de nosotros. Los infiernos no son solo la condición de quien está muerto, sino también de quien vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Lo hace sin clamor, de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer consuelo y ayuda.
Los Padres de la Iglesia, en páginas de extraordinaria belleza, han descrito este momento como un encuentro: entre Cristo y Adán. Un encuentro que es símbolo de todos los encuentros posibles entre Dios y el hombre. El señor desciende allí donde el hombre se ha escondido por miedo, y lo llama por nombre, lo toma de la mano, lo levanta, lo lleva de nuevo a la luz. Lo hace con plena autoridad, pero también con infinita dulzura, como un padre con el hijo que teme que ya no es amado.
En los iconos orientales de la Resurrección, Cristo es representado mientras derriba las puertas de los infiernos y, extendiendo sus brazos, agarra las muñecas de Adán y Eva. No se salva solo a sí mismo, no vuelve a la vida solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad. Esta es la verdadera gloria del Resucitado: es poder de amor, es solidaridad de un Dios que no quiere salvarse sin nosotros, sino solo con nosotros. Un Dios que no resucita si no es abrazando nuestras miserias y nos levanta de nuevo para una vida nueva.
El Sábado Santo es, por tanto, el día en el que el cielo visita la tierra más en profundidad. Es el tiempo en el que cada rincón de la historia humana es tocado por la luz de la Pascua. Y si Cristo ha podido descender hasta allí, nada puede ser excluido de su redención. Ni siquiera nuestras noches, ni siquiera nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay pasado tan arruinado, no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por su misericordia.
Queridos hermanos y hermanas, descender, para Dios, no es una derrota, sino el cumplimiento de su amor. No es un fracaso, sino el camino a través del cual Él muestra que ningún lugar está demasiado lejos, ningún corazón demasiado cerrado, ninguna tumba demasiado sellada para su amor. Esto nos consuela, esto nos sostiene. Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación. Una creación hecha de personas que se han vuelto a levantar, de corazones perdonados, de lágrimas secadas. El Sábado Santo es el abrazo silencioso con el que Cristo presenta toda la creación al Padre para volver a colocarla en su diseño de salvación.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos y hermanas, si a veces nos parece que hemos tocado fondo, recordemos que ese es el lugar desde el que Dios es capaz de comenzar una nueva creación hecha de corazones perdonados. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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Anuncio
Queridos hermanos y hermanas, el mes de octubre, ya cercano, en la Iglesia está dedicado particularmente al santo Rosario.
Por eso invito a todos, cada día del próximo mes, a rezar el Rosario por la paz, personalmente, en familia y en comunidad.
Además invito a quienes prestan servicio en el Vaticano a vivir esta oración en la Basílica de San Pedro, cada día, a las 19.00.
En particular, la tarde del sábado 11 de octubre, a las 18.00, lo haremos juntos en la plaza de San Pedro, en la Vigilia del Jubileo de la Espiritualidad Mariana, recordando también el aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis continuamos contemplando el misterio del Sábado Santo, en el que todo parece inmóvil y de un silencio absoluto, concentrándonos en el descenso de Jesús a los infiernos. Lo que acontece es una acción salvífica. Cristo desciende a la profundidad de la muerte para llevar el anuncio de la Resurrección a todos los que yacían en tinieblas.
Este evento representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. Él ha querido buscarnos allí en los infiernos, es decir, en esa condición existencial en donde reina el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo desciende allí para liberar también hoy a los que viven la muerte a causa del mal y del pecado, a los que viven el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono o del cansancio de la vida. Cristo entra en todas estas oscuras realidades no para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Cristo desciende entre los muertos para manifestar el amor del Padre. Por tanto, no existe un pasado tan dañado o una historia irreparable que no pueda ser tocada por su misericordia.
Audiencia general - (17 de septiembre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 7. La muerte. «Un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido depositado aún» (Jn 19,40-41)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 17 de septiembre de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza.III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido depositado aún» (Jn 19,40-41)
Queridos hermanos y hermanas,
en nuestro camino de las catequesis sobre Jesús esperanza nuestra, hoy contemplamos el misterio del Sábado Santo. El Hijo de Dios yace en la tumba. Pero esta su “ausencia” no es un vacío: es espera, plenitud contenida, promesa custodiada en la oscuridad. Es el día del gran silencio, en el que el cielo parece mudo y la tierra inmóvil, pero es justamente allí que se cumple el misterio más profundo de la fe cristiana. Es un silencio grávido de sentido, como el vientre de una madre que custodia al hijo todavía no nacido, pero ya vivo.
El cuerpo de Jesús, bajado de la cruz, fue envuelto con cuidado, como se hace con aquello que es valioso. El evangelista Juan nos dice que fue sepultado en un jardín, dentro «una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado» (Jn 19,41). Nada es dejado a la casualidad. Aquel jardín recuerda al Edén perdido, el lugar en el que Dios y el hombre estaban unidos. Y aquella tumba nunca antes usada habla de algo que todavía debe suceder: es un umbral, no un final. En el inicio de la creación Dios había plantado un jardín, ahora también la nueva creación toma forma en un jardín: con una tumba cerrada que pronto se abrirá
El Sábado Santo es también un día de descanso. Según la ley judía, el séptimo día no se debe trabajar: de hecho, luego de seis días de creación, Dios descansó (cfr Gen 2,2). Ahora, también el Hijo, luego de haber completado su obra de salvación, descansa. No porque está cansado, sino porque ha concluido su trabajo. No porque se ha rendido, sino porque ha amado hasta el final. No hay nada más que agregar. Este descanso es el sello de la obra cumplida, es la confirmación de aquello que tenía que hacerse y que ha sido completado. Es un descanso lleno de la presencia oculta del Señor.
Fatigamos en detenernos y descansar. Vivimos como si la vida nunca fuese suficiente. Corremos por producir, por demostrar, por no perder terreno. Pero el Evangelio nos enseña que saber detenerse es un gesto de confianza que tenemos que aprender a cumplir. El Sábado Santo nos invita a descubrir que la vida no depende siempre de aquello que hacemos, sino también de cómo sabemos desistir de cuanto hemos podido hacer.
En el sepulcro, Jesús, la Palabra viviente del Padre, calla. Pero es justamente en aquel silencio que la vida nueva inicia a fermentar. Como una semilla en la tierra, como la oscuridad antes del amanecer. Dios no tiene miedo del tiempo que pasa, porque es Señor también de la espera. Así, también nuestro tiempo “no útil”, aquel de las pausas, de los vacíos, de los momentos estériles, puede convertirse en vientre de resurrección. Todo silencio acogido puede ser la premisa de una Palabra nueva. Todo tiempo detenido puede convertirse en tiempo de gracia, si lo ofrecemos a Dios.
Jesús, sepultado en la tierra, es el rostro mansueto de un Dios que no ocupa todo el espacio. Es el Dios que deja hacer, que espera, que se retira para dejarnos la libertad. Es el Dios que se fía, también cuando todo parece terminado. Y nosotros, en ese sábado detenido, aprendemos que no tenemos que tener prisa de resurgir: más es necesario descansar, acoger el silencio, dejarse abrazar por el límite. A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas. Pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza. El sábado de la sepultura se convierte así en las entrañas de las que pueden brotar las fuerzas de una luz invencible, aquella de la Pascua.
Queridos amigos, la esperanza cristiana no nace en el ruido, sino en el silencio de una espera habitada por el amor. No es hija de la euforia, sino de un confiado abandono. Nos lo enseña la virgen María: ella encarna esta espera, esta esperanza. Cuando nos parezca que todo está detenido, que la vida es un camino interrumpido, acordémonos del Sábado Santo. También en la tumba, Dios está preparando la sorpresa más grande. Y si sabemos acoger con gratitud aquello acontecido, descubriremos que, justamente en la pequeñez, y en el silencio, Dios ama transfigurar la realidad haciendo nuevas todas las cosas con la fidelidad de su amor. La verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España de México, de Perú, de toda América Latina. En medio del ruido y de la prisa en que a veces nos encontramos, pidamos la intercesión de la Virgen María para que nos enseñe, como ella, a vivir el Sábado Santo descubriendo el sentido del silencio y de la contemplación. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
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Llamamiento
Expreso mi profunda cercanía al pueblo palestino en Gaza, que continúa viviendo en el miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado a la fuerza -una vez más- a desplazarse de sus propias tierras.
Ante el Señor Omnipotente, que ha ordenado “No matarás” y frente a la entera historia humana, toda persona tiene siempre una dignidad inviolable, que se debe respetar y custodiar.
Renuevo el llamamiento al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática negociada, al respeto integral del derecho humanitario internacional.
Invito a todos a unirse a mi encarecida oración, para que pronto surja un amanecer de paz y de justicia.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis contemplamos el misterio del Sábado Santo. La “ausencia” de Cristo en el sepulcro no es un vacío; es promesa, es espera, es un silencio cargado de sentido, como el de una madre que custodia en el vientre a su hijo aún no nacido, pero ya vivo. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz para ser sepultado en un jardín, el cual evoca aquel del Edén, en el que Dios y el hombre estaban unidos. El silencio de Cristo no es estéril, es signo de que se está gestando algo nuevo, Cristo está reestableciendo la relación entre Dios y el hombre.
El Sábado Santo es también el día del descanso, según la ley judía. Jesús, después de haber contemplado su obra de salvación, reposa. No lo hace por estar cansado o por haberse rendido, es más bien la confirmación de que lo que había que hacer se ha llevado a cabo. A veces nos cuesta descansar, vivimos de prisa para producir, para demostrar, para no perder terreno. Sin embargo, así como el Sábado Santo nos enseña que cada silencio puede ser el preámbulo de una palabra nueva, también cada pausa puede convertirse en un tiempo de gracia.
Audiencia general - (10 de septiembre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15, 37)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 10 de septiembre de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15, 37)
Queridos hermanos y hermanas:
Buenos días y gracias por vuestra presencia, ¡un hermoso testimonio!
Hoy contemplamos la cumbre de la vida de Jesús en este mundo: su muerte en la cruz. Los Evangelios recogen un detalle muy valioso, que merece ser contemplado con la inteligencia de la fe. En la cruz, Jesús no muere en silencio. No se apaga lentamente, como una luz que se consume, sino que deja la vida con un grito: «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37). Ese grito encierra todo: dolor, abandono, fe, ofrenda. No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la última señal de una vida que se entrega.
El grito de Jesús va precedido por una pregunta, una de las más lacerantes que se pueden pronunciar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el primer versículo del Salmo 22, pero en los labios de Jesús adquiere un peso único. El Hijo, que siempre ha vivido en íntima comunión con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No se trata de una crisis de fe, sino de la última etapa de un amor que se entrega hasta el fondo. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla.
En ese momento, el cielo se oscurece y el velo del templo se rasga (cf. Mc 15,33.38). Es como si la creación participara de ese dolor y al mismo tiempo revelara algo nuevo: Dios ya no habita detrás de un velo, su rostro es ahora plenamente visible en el Crucifijo. Es allí, en aquel hombre desgarrado, donde se manifiesta el amor más grande. Es allí donde podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que atraviesa hasta el fondo nuestro dolor.
El centurión, un pagano, lo entiende. No porque haya escuchado un discurso, sino porque vio morir a Jesús en ese modo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Es la primera profesión de fe después de la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no se dispersó en el viento, sino que tocó un corazón. A veces, lo que no somos capaces de decir con palabras lo expresamos con la voz. Cuando el corazón está lleno grita. Y esto no siempre es una señal de debilidad, puede ser un profundo acto de humanidad.
Nosotros estamos acostumbrados a pensar en el grito como algo descompuesto, que hay que reprimir. El Evangelio confiere a nuestro grito un valor inmenso, recordándonos que puede ser una invocación, una protesta, un deseo, una entrega. Es más, puede ser la forma extrema de la oración, cuando ya no nos quedan palabras en ese grito, Jesús puso todo lo que le quedaba: todo su amor, toda su esperanza.
Sí, porque también hay esto en el grito: una esperanza que no se resigna. Se grita cuando se cree que alguien todavía puede escuchar. Se grita no por desesperación, sino por deseo. Jesús no gritó contra el Padre, sino hacia Él. Incluso en el silencio, estaba convencido de que el Padre estaba allí. Y así nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido.
Gritar se convierte entonces en un gesto espiritual. No es solo es primer acto de nuestro nacimiento – cuando llegamos al mundo llorando – : es también un modo para permanecer vivos. Se grita cuando se sufre, pero también cuando se ama, se llama, se invoca. Gritar es decir que estamos, que no queremos apagarnos en silencio, que tenemos todavía algo que ofrecer.
En el viaje de la vida, hay momentos en los que guardar todo dentro puede consumirnos lentamente. Jesús nos enseña a no tener miedo del grito, mientras sea sincero, humilde, orientado al Padre. Un grito no es nunca inútil si nace del amor. Y nunca es ignorado si se entrega a Dios. Es una vía para no ceder al cinismo, para continuar creyendo que otro mundo es posible.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también esto del Señor Jesús: aprendamos el grito de la esperanza cuando llega la hora de la prueba extrema. No para herir, sino para encomendarnos. No para gritar contra alguien, sino para abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, podrá ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento. Como para Jesús: cuando todo parece acabado, en realidad, la salvación estaba a punto de iniciar. Si se manifiesta con la confianza y la libertad de los hijos de Dios, la voz sufriente de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, se puede convertir en fuente de esperanza para nosotros y para quien está a nuestro lado.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a dar voz a los sufrimientos de la humanidad a través de nuestra oración y de obras concretas de caridad, para que esa voz, unida a la Cristo, pueda convertirse en fuente de esperanza para todos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis contemplamos la muerte de Jesús en la cruz. El Evangelio nos ofrece un detalle muy valioso, y es que Jesús no muere en silencio, sino que entrega su vida con un grito. Ese grito expresa dolor, abandono, fe, ofrenda total. El Hijo, que siempre ha vivido en comunión íntima con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. Pero el grito de Jesús no es de desesperación sino de sinceridad y verdad, y revela una profunda confianza, que resiste aun cuando todo calla.
En el Crucificado podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que entra hasta lo más hondo de nuestro dolor. Su grito es un acto profundo de humanidad, y también es una forma extrema de oración. En ese grito Jesús clama al Padre porque cree en Él, porque lo ama y no ha perdido la esperanza. Así nos enseña, en nuestras noches oscuras, a ofrecerle nuestros gritos de dolor al Padre. Son gritos de esperanza en la hora de la prueba, que nos ayudan a confiar y a abrir el corazón al Dios que salva.
Audiencia Jubilar - (6 de septiembre de 2025)
AUDIENCIA JUBILAR
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Plaza de San Pedro
Sábado, 6 de septiembre de 2025
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Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis destacamos un aspecto de la virtud teologal de la esperanza. Así como a los niños les gusta jugar con la tierra, excavar y romper la superficie endurecida para ver lo que hay debajo, la esperanza se reaviva cuando rompemos la superficie de la realidad con el fin de ir más allá.
Santa Elena, la madre del emperador Constantino, fue una persona que no se conformó con lo superficial de las riquezas y las apariencias a las que tenía acceso una emperatriz. Fue una mujer que estaba en búsqueda, hasta que encontró el tesoro más preciado: la cruz de Jesucristo, a la cual se unió profundamente con su vida humilde, dedicada a la caridad.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y de América Latina. Los invito a permanecer siempre en actitud de búsqueda, para que podamos encontrar el tesoro que Dios nos ofrece. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Audiencia general - (3 de septiembre de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 5. La crucifixión. «Tengo sed» (Jn 19,28)
León XIV
PÚBLICO GENERAL
Plaza de San Pedro,
miércoles 3 de septiembre de 2025
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Ciclo de Catequesis – Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra Esperanza. III. La Pascua de Jesús. 5. La Crucifixión. «Tengo sed» (Jn 19,28)
Queridos hermanos y hermanas:
En el corazón del relato de la Pasión, en el momento más luminoso y a la vez más oscuro de la vida de Jesús, el Evangelio de Juan nos ofrece dos palabras que encierran un inmenso misterio: «Tengo sed» (19,28), e inmediatamente después: «Todo está cumplido» (19,30). Estas son sus últimas palabras, pero están llenas de toda una vida, revelando el sentido de la existencia del Hijo de Dios. En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino como un suplicante de amor. No se proclama, ni se condena, ni se defiende. Pide humildemente lo que él, solo, no puede darse de ninguna manera.
La sed del Señor Crucificado no es solo la necesidad fisiológica de un cuerpo torturado. Es también, y sobre todo, la expresión de un deseo profundo: el de amor, de relación, de comunión. Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de nuestra condición humana, también se deja vencer por esta sed. Un Dios que no se avergüenza de pedir un sorbo, porque en ese gesto nos dice que el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar.
Tengo sed, dice Jesús, y así manifiesta su humanidad y también la nuestra. Nadie puede ser autosuficiente. Nadie puede salvarse a sí mismo. La vida se «realiza» no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir. Es precisamente en ese momento, tras recibir de manos desconocidas una esponja empapada en vinagre, que Jesús proclama: «Consumado es». El amor se ha vuelto necesitado, y precisamente por eso ha cumplido su obra.
Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No derrotando el mal por la fuerza, sino aceptando la debilidad del amor hasta el final. En la cruz, Jesús nos enseña que el hombre no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no se encuentra en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y en poder expresarla libremente.
La realización de nuestra humanidad en el plan de Dios no es un acto de fuerza, sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un giro dramático, sino pidiendo algo que no puede darse a sí mismo. Y es aquí donde se abre la puerta a la verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios eligió no ser autosuficiente, entonces también nuestra sed —de amor, de sentido, de justicia— no es señal de fracaso, sino de verdad.
Esta verdad, aparentemente tan simple, es difícil de aceptar. Vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia y el rendimiento. Y, sin embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no se mide por lo que podemos lograr, sino por nuestra capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, incluso ayudar.
Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es la salida del encierro del pecado para reencontrarnos con la comunión. Desde el principio, el pecado engendró vergüenza. Pero el perdón —el verdadero perdón— nace cuando podemos afrontar nuestra necesidad y dejar de temer el rechazo.
La sed de Jesús en la cruz es, por tanto, también la nuestra. Es el grito de una humanidad herida que busca agua viva. Y esta sed no nos aleja de Dios, sino que nos une a él. Si tenemos la valentía de reconocerla, descubriremos que incluso nuestra fragilidad es un puente hacia el cielo. Es precisamente al pedir, no al poseer, que se abre un camino hacia la libertad, porque dejamos de pretender ser autosuficientes.
En la fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y ofrecer sin segundas intenciones, nace una alegría que el mundo desconoce. Una alegría que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.
Queridos hermanos y hermanas, en la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que poder decir: «Necesito». No tengamos miedo de pedir, sobre todo cuando nos parezca que no merecemos. No nos avergüencemos de extender la mano. Es precisamente ahí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación.
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APELAR
Llegan noticias dramáticas de Sudán, en particular de
Darfur. En El Fasher, muchos civiles han quedado atrapados en la ciudad, víctimas de la hambruna y la
violencia. En Tarasin, un devastador deslizamiento de tierra se ha cobrado muchas vidas, dejando tras sí
dolor y desesperación. Y, por si fuera poco, la propagación del cólera amenaza a cientos de miles de
personas ya afectadas. Estoy más cerca que nunca de la población sudanesa, en particular de las
familias, los niños y los desplazados. Rezo por todas las víctimas. Hago un ferviente llamamiento a los
líderes y a la comunidad internacional para que garanticen corredores humanitarios e implementen una
respuesta coordinada para detener esta catástrofe humanitaria. Es hora de iniciar un diálogo serio,
sincero e inclusivo entre las partes para poner fin al conflicto y restaurar la esperanza, la dignidad y
la paz en el pueblo de Sudán.
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Saludos especiales:
Saludo a todos los peregrinos de lengua española que participan en la Audiencia de hoy, en particular a los grupos procedentes de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Irlanda del Norte, Austria, Dinamarca, Malta, Países Bajos, Suiza, Camerún, Australia, Hong Kong, Indonesia, Japón, Filipinas, Vietnam y Estados Unidos de América.
Les pido a todos que se unan a mí en oración por los afectados por los recientes deslizamientos de tierra en las montañas Marra de Sudán. Pidamos al Todopoderoso que conceda la paz eterna a todos los fallecidos, así como consuelo y fortaleza a sus seres queridos. Incluso en medio de tales tragedias, que nunca perdamos la esperanza en el amor de Dios por nosotros.
Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias, invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso.
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Resumen de las palabras del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas, en nuestra catequesis sobre el tema del Jubileo, «Cristo, nuestra esperanza», continuamos reflexionando sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, considerando su disposición a depender de los demás. En el corazón de la pasión de Jesús encontramos dos expresiones que encierran un gran misterio: «Tengo sed» y «Todo está cumplido». A Jesús no le falta nada en su divinidad, pero se humilló y se hizo uno de nosotros, plenamente humano hasta el punto de depender de los demás. A través del ejemplo de Jesús, vemos que, como seres humanos, no podemos alcanzar la verdadera plenitud ni la salvación por nosotros mismos; no podemos «completar» la misión de nuestra vida simplemente acumulando poder o dinero. Necesitamos la ayuda de quienes nos aman y cuidan, especialmente del Señor Jesús. Por lo tanto, no hay vergüenza en pedir ayuda y abrirnos a los demás, ya que fuimos creados por Dios para dar y recibir amor. Comprendamos, pues, hermanos y hermanas, que no hay nada más humano, nada más divino, que pedir ayuda.
Audiencia general - (27 de agosto de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 4. La entrega. «¿A quién buscan?» (Jn 18,4)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 27 de agosto de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza.III. La Pascua de Jesús. 4.La entrega. «¿A quién buscan?»(Jn18,4)
¡Viva Brescia! ¡Buenos días a todos! ¡Buenos días! ¡Buenos días! Tengan un poco de paciencia, celebramos la audiencia dentro, podrán seguir todo en la pantalla y, después de la audiencia, como también voy a la basílica, pasaré por aquí, y así también ustedes, los que están al fondo, nos saludaremos un poco... ¡Gracias por estar aquí! ¡Buenos días! ¡Gracias!
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy nos detenemos en una escena que marca el inicio de la pasión de Jesús: el momento de su detención en el huerto de los Olivos. El evangelista Juan, con su habitual profundidad, no nos presenta a un Jesús asustado, que huye o se esconde. Al contrario, nos muestra a un hombre libre, que se adelanta y toma la palabra, afrontando con valentía la hora en la que puede manifestarse la luz del amor más grande.
«Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?”» (Jn 18,4). Jesús lo sabe. Sin embargo, decide no retroceder. Se entrega. No por debilidad, sino por amor. Un amor tan pleno, tan maduro, que no teme el rechazo. Jesús no es capturado: se deja capturar. No es víctima de un arresto, sino autor de un don. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad: saber que, incluso en la hora más oscura, se puede seguir siendo libre para amar hasta el final.
Cuando Jesús responde «Soy yo», los soldados caen al suelo. Se trata de un pasaje misterioso, ya que esta expresión, en la revelación bíblica, evoca el nombre mismo de Dios: «Yo soy». Jesús revela que la presencia de Dios se manifiesta precisamente allí donde la humanidad experimenta la injusticia, el miedo y la soledad. Precisamente allí, la luz verdadera está dispuesta a brillar sin temor a ser abrumada por el avance de las tinieblas.
En plena noche, cuando todo parece derrumbarse, Jesús muestra que la esperanza cristiana no es evasión, sino decisión. Esta actitud es fruto de una profunda oración en la que no se pide a Dios que nos libre del sufrimiento, sino que nos dé la fuerza para perseverar en el amor, conscientes de que la vida ofrecida libremente por amor nadie nos la puede quitar.
«Si me buscan a mí, dejen que estos se vayan» (Jn 18,8). En el momento de su detención, Jesús no se preocupa por salvarse a sí mismo: solo desea que sus amigos puedan irse libres. Esto demuestra que su sacrificio es un verdadero acto de amor. Jesús se deja capturar y encarcelar por los guardias solo para poder dejar en libertad a sus discípulos.
Jesús vivió cada día de su vida como preparación para este momento dramático y sublime. Por eso, cuando llega, tiene la fuerza de no buscar una vía de escape. Su corazón sabe bien que perder la vida por amor no es un fracaso, sino que posee una misteriosa fecundidad. Como el grano de trigo que, al caer en tierra, no permanece solo, sino que muere y da fruto.
También Jesús se siente turbado ante un camino que parece conducir solo a la muerte y al fin. Pero está igualmente convencido de que solo una vida perdida por amor, al final, se reencuentra. En esto consiste la verdadera esperanza: no en tratar de evitar el dolor, sino en creer que, incluso en el corazón de los sufrimientos más injustos, se esconde la semilla de una nueva vida.
¿Y nosotros? Cuántas veces defendemos nuestra vida, nuestros proyectos, nuestras seguridades, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, nos quedamos solos. La lógica del Evangelio es diferente: solo lo que se da florece, solo el amor que se vuelve gratuito puede devolver la confianza incluso allí donde todo parece perdido.
El Evangelio de Marcos también nos habla de un joven que, cuando Jesús es arrestado, huye desnudo (Mc 14,51). Es una imagen enigmática, pero profundamente evocadora. También nosotros, en nuestro intento de seguir a Jesús, vivimos momentos en los que nos vemos sorprendidos y quedamos despojados de nuestras certezas. Son los momentos más difíciles, en los que nos sentimos tentados de abandonar el camino del Evangelio porque el amor nos parece un viaje imposible. Sin embargo, será precisamente un joven, al final del Evangelio, quien anunciará la resurrección a las mujeres, ya no desnudo, sino vestido con una túnica blanca.
Esta es la esperanza de nuestra fe: nuestros pecados y nuestras vacilaciones no impiden que Dios nos perdone y nos devuelva el deseo de retomar nuestro seguimiento, para hacernos capaces de dar la vida por los demás.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también nosotros a entregarnos a la buena voluntad del Padre, dejando que nuestra vida sea una respuesta al bien recibido. En la vida no es necesario tenerlo todo bajo control. Basta con elegir cada día amar con libertad. Esta es la verdadera esperanza: saber que, incluso en la oscuridad de la prueba, el amor de Dios nos sostiene y hace madurar en nosotros el fruto de la vida eterna.
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Llamamiento
El viernes pasado acompañamos con la oración y el ayuno a nuestros hermanos y hermanas que sufren a causa de las guerras.Hoy vuelvo a hacer un fuerte llamamiento tanto a las partes implicadas como a la comunidad internacional para que pongan fin al conflicto en Tierra Santa, que ha causado tanto terror, destrucción y muerte.
Ruego que se libere a todos los rehenes, se alcance un alto el fuego permanente, se facilite la entrada segura de la ayuda humanitaria y se respete íntegramente el derecho humanitario, en particular la obligación de proteger a los civiles y la prohibición del castigo colectivo, del uso indiscriminado de la fuerza y del desplazamiento forzoso de la población. Me uno a la declaración conjunta de los patriarcas greco-ortodoxo y latino de Jerusalén, que ayer pidieron que se pusiera fin a esta espiral de violencia, que se pusiera fin a la guerra y que se diera prioridad al bien común de las personas.
Imploramos aMaría, Reina de la Paz, fuente de consuelo y esperanza. Que su intercesión obtenga la reconciliación y la paz en esa tierra tan querida por todos.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la fiesta litúrgica de santa Mónica y mañana la de su hijo, san Agustín. Pidamos al Señor, por la intercesión de estos queridos santos, que sepamos —siguiendo la lógica del Evangelio— amar y dar la vida de manera libre y gratuita, como lo hizo Cristo, nuestra esperanza. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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¡Buenos días de nuevo! ¡Gracias por vuestra paciencia! Muchas gracias a todos por vuestra paciencia y por estar aquí, lo cual es una señal muy bonita de nuestra unidad en la fe. Y todos queremos renovar nuestra fe. Hoy es la fiesta de Santa Mónica, mañana la de San Agustín, que nos ha llamado a todos a estar siempre unidos en Cristo, a vivir esta fe en nuestra peregrinación. bSaludos a ustedes de Brescia que están aquí hoy, y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre con ustedes. Amén. ¡Felicidades y gracias!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ¡la paz esté con vosotros!
Supongo que habéis seguido toda la audiencia, os agradezco vuestra presencia y también vuestra paciencia. Es una señal, también esta es una señal de la presencia del espíritu de Dios que está con nosotros. Muchas veces en la vida nos gustaría recibir una respuesta inmediata, una solución inmediata, y por alguna razón Dios nos hace esperar, y hay mucho que aprender. Sin embargo, como Jesús mismo nos enseña, debemos tener esa confianza que solo viene porque sabemos que somos hijos e hijas de Dios, y que Dios siempre nos da la gracia. No siempre nos quita el dolor, no siempre nos quita el sufrimiento, pero nos dice que está cerca de nosotros. Dios está siempre con nosotros, y hay que renovar esta fe.
Dios está siempre con nosotros, y por eso somos felices. Hermanas y hermanos, que Dios os bendiga a todos en este día, que camine con vosotros, con nosotros, como Iglesia, y nos ayude a ser siempre una familia, una comunión de fe que da testimonio en el mundo de la presencia del amor de Dios.
Damos ahora la bendición.
Ahora impartimos la bendición a todos vosotros, pidiendo al Señor que la gracia, el amor y la misericordia desciendan sobre cada uno de vosotros. (traducción del inglés)
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre el momento en el que Jesús fue arrestado en el huerto de los olivos. El Evangelio no nos muestra un Jesús temeroso, que huye o se esconde. Por el contrario, nos revela un hombre sereno, que se entrega gratuitamente, manifestando así el amor más grande. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad; es el hecho de saber que, aun en los momentos más oscuros, podemos ser libres de amar hasta el final.
Jesús nos enseña que la esperanza cristiana no es evasión, sino compromiso. Esta actitud es fruto de una oración profunda, en la que se pide a Dios la fuerza para perseverar y permanecer en el amor. Además, Jesús se deja apresar por los soldados para que sus discípulos queden en libertad. Él sabe que es un camino que lo conducirá a la muerte. Pero también está persuadido de que, en medio de los sufrimientos más injustos, se esconde el germen de una vida nueva. Y en esto consiste la auténtica esperanza.
Audiencia general - (20 de agosto de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 3. Perdón. «Los amó hasta el extremo» (Jn 13,2)
León XIV
PÚBLICO GENERAL
Sala de Audiencias
Miércoles, 20 de agosto de 2025
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Ciclo de Catequesis – Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra Esperanza. III. La Pascua de Jesús. 3. El perdón. «Los amó hasta el extremo» (Jn 13,2)
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy analizaremos uno de los gestos más impactantes y luminosos del Evangelio: el momento en que Jesús, durante la última cena, ofrece un bocado a quien está a punto de traicionarlo. No es solo un gesto de compartir: es mucho más; es el último intento del amor por no rendirse.
San Juan, con su profunda sensibilidad espiritual, nos relata este momento así: [Durante la cena, cuando] «el diablo ya había convencido a Judas, hijo de Simón el Iscariote, para que lo entregara… Jesús sabía que su hora había llegado… los amó hasta el extremo» (Jn 13,1-2). Amar hasta el extremo: aquí está la clave para comprender el corazón de Cristo. Un amor que no cesa ante el rechazo, la decepción e incluso la ingratitud.
Jesús conoce el momento, pero no se somete a él: lo elige. Es él quien reconoce el momento en que su amor debe atravesar la herida más dolorosa, la de la traición. Y en lugar de retirarse, acusar, defenderse… sigue amando: lava los pies, moja el pan y lo ofrece.
«Es aquel a quien yo le dé el bocado después de mojarlo» (Jn 13,26). Con este gesto sencillo y humilde, Jesús lleva su amor hacia adelante y a lo más profundo, no porque ignore lo que sucede, sino precisamente porque lo ve con claridad. Ha comprendido que la libertad del otro, incluso cuando se pierde en el mal, aún puede alcanzarse a la luz de un gesto de humildad, porque sabe que el verdadero perdón no espera el arrepentimiento, sino que se ofrece primero, como un don gratuito, incluso antes de ser aceptado.
Judas, por desgracia, no comprende. Tras el bocado —dice el Evangelio— «Satanás entró en él» (v. 27). Este pasaje nos impacta: como si el mal, hasta entonces oculto, se manifestara después de que el amor mostrara su rostro más indefenso. Y precisamente por eso, hermanos y hermanas, ese bocado es nuestra salvación: porque nos dice que Dios hace todo —absolutamente todo— para alcanzarnos, incluso en la hora en que lo rechazamos.
Es aquí donde el perdón revela todo su poder y manifiesta el verdadero rostro de la esperanza. No es olvido ni debilidad. Es la capacidad de liberar al otro, amándolo hasta el extremo. El amor de Jesús no niega la verdad del dolor, pero no permite que el mal tenga la última palabra. Este es el misterio que Jesús realiza por nosotros, en el que también nosotros, a veces, estamos llamados a participar.
Cuántas relaciones se rompen, cuántas historias se complican, cuántas palabras no dichas quedan en suspenso. Y, sin embargo, el Evangelio nos muestra que siempre hay una manera de seguir amando, incluso cuando todo parece irremediablemente comprometido. Perdonar no significa negar el mal, sino evitar que genere más mal. No significa decir que no ha pasado nada, sino hacer todo lo posible para que el resentimiento no determine el futuro.
Cuando Judas sale de la habitación, «era de noche» (v. 30). Pero inmediatamente después, Jesús dice: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre» (v. 31). La noche sigue ahí, pero una luz ya ha comenzado a brillar. Y brilla porque Cristo permanece fiel hasta el final, y por eso su amor es más fuerte que el odio.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros pasamos por noches dolorosas y difíciles. Noches del alma, noches de decepción, noches en las que alguien nos ha herido o traicionado. En esos momentos, la tentación es encerrarnos, protegernos, devolver el golpe. Pero el Señor nos muestra la esperanza de que ese otro camino existe, siempre existe. Nos enseña que podemos ofrecer un bocado incluso a quien nos da la espalda. Que podemos responder con el silencio de la confianza. Y que podemos avanzar con dignidad, sin renunciar al amor.
Pidamos hoy la gracia de poder perdonar, incluso cuando no nos sentimos comprendidos, incluso cuando nos sentimos abandonados. Porque es precisamente en esos momentos cuando el amor alcanza su máximo esplendor. Como nos enseña Jesús, amar significa dejar al otro libre —incluso para traicionarlo— sin dejar nunca de creer que incluso esa libertad, herida y perdida, puede ser arrebatada del engaño de la oscuridad y devuelta a la luz del bien.
Cuando la luz del perdón logra filtrarse en lo más profundo del corazón, comprendemos que nunca es inútil. Aunque el otro no lo acepte, aunque parezca en vano, el perdón libera a quienes lo otorgan: disipa el resentimiento, restaura la paz, nos devuelve a nosotros mismos.
Jesús, con el sencillo gesto de ofrecer pan, muestra que cada traición puede convertirse en una oportunidad de salvación si se elige como espacio para un amor más grande. No se deja vencer por el mal, sino que lo vence con el bien, impidiendo que apague lo más auténtico de nosotros: la capacidad de amar.
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APELAR
El próximo viernes 22 de agosto celebraremos la memoria de la Santísima Virgen María como Reina. María es la Madre de los creyentes aquí en la tierra y también es invocada como Reina de la Paz, mientras nuestra tierra continúa herida por las guerras en Tierra Santa, en Ucrania y en muchas otras regiones del mundo.
Invito a todos los fieles a dedicar el 22 de agosto al ayuno y la oración, implorando al Señor que nos conceda la paz y la justicia, y que enjugue las lágrimas de quienes sufren a causa de los conflictos armados en curso. María, Reina de la Paz, intercede para que los pueblos encuentren el camino de la paz.
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Saludos especiales
Saludo a todos los peregrinos y visitantes de habla inglesa que participan en la Audiencia de hoy, en particular a los grupos de Inglaterra, Finlandia, Malta, Senegal, Australia, Japón, Corea del Sur, Vietnam y Estados Unidos. Ruego para que este Jubileo de la Esperanza sea un tiempo de sanación y renovación espiritual para todos los hombres y mujeres del mundo. Sobre ustedes y sus familias, invoco la fuerza, el amor y la paz de Dios. Que Dios los bendiga.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Saludo a las monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora de la Expectación, de Cuenca. Pidamos al Señor la gracia de saber amar y perdonar a la medida de su Corazón. Que no cedamos al mal ni al resentimiento, sino que abramos nuestros corazones a la salvación que Él nos ofrece. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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Resumen de las palabras del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, en nuestra catequesis sobre el tema del Jubileo, «Cristo, nuestra esperanza», continuamos reflexionando sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, considerando su amor perdonador. A pesar de su traición, Jesús ama a sus discípulos hasta el final: les lava los pies e incluso ofrece un bocado de pan al traidor en un último intento por demostrar ese amor. Este bocado, de hecho, significa que Dios hace todo lo posible por alcanzarnos para ofrecernos su amor y perdón. Sin negar nunca la existencia del mal ni actuar como si no hubiera males en este mundo, el ejemplo de Jesús nos muestra que el verdadero perdón no espera la contrición, sino que se ofrece primero como don. Cuando suframos heridas y traiciones, pidamos la gracia de ofrecer un perdón verdadero, incluso cuando nos sintamos incomprendidos y abandonados, o incluso cuando parezca en vano. De esta manera, conozcamos la libertad y la paz que nacen de un corazón amoroso y perdonador.
Audiencia general - (13 de agosto de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 2. La traición. «¿Seré yo?» (Mc 14,19)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 13 de agosto de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza.III. La Pascua de Jesús. 1. La traición.«¿Seré yo?»(Mc 14,19)
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos nuestro camino en la escuela del Evangelio, siguiendo los pasos de Jesús en los últimos días de su vida. Hoy nos detenemos en una escena íntima, dramática, pero también profundamente verdadera: el momento en el que durante la cena pascual Jesús revela que uno de los Doce está a punto de traicionarlo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo» (Mc 14,18).
Son palabras contundentes. Jesús no las pronuncia para condenar, sino para mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad. La habitación del piso superior, donde poco antes se había preparado todo con atención, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad. Es un dolor que conocemos bien también nosotros, cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición.
Sin embargo, el modo en el que Jesús habla de lo que está a punto de suceder es sorprendente. No levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el nombre de Judas. Habla de tal modo que cada uno pueda cuestionarse a sí mismo. Y es precisamente eso lo que sucede: «Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: ‘¿Seré yo?’» (Mc 14,19).
Queridos amigos, esta pregunta – “¿Seré yo?” – es quizá una de las preguntas más sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos. No es la pregunta del inocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación.
Jesús no denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar. Y para ser salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado a pesar de todo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra. Solo quien ha conocido la verdad de un amor profundo puede aceptar también la herida de una traición.
La reacción de los discípulos no es rabia, sino tristeza. No se indignan, se entristecen. Es un dolor que nace de la posibilidad real de ser involucrados. Y precisamente esta tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión. El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasión dolorosa para renacer.
Jesús, después, añade una frase que nos inquieta y nos hace pensar: «El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!» (Mc 14,21). Son palabras duras, ciertamente, pero hay que entenderlas bien: no se trata de una maldición, es más bien un grito de dolor. En griego ese “ay de aquel” suena como un lamento, como un “ay”, una exclamación de compasión sincera y profunda.
Nosotros estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el mal, no se venga, sino que se entristece. Y aquel “más le valdría a ese hombre no haber nacido” no es una condena impuesta a priori, sino una verdad que cada uno de nosotros puede reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación.
Sin embargo, precisamente allí, en el punto más oscuro, la luz no se apaga. Es más, comienza a brillar. Porque si reconocemos nuestro límite, si nos dejamos tocar por el dolor de Cristo, entonces podemos finalmente nacer de nuevo. La fe no nos evita la posibilidad del pecado, sino que nos ofrece siempre una vía para salir: la de la misericordia.
Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará. Esta es la fuerza silenciosa de Dios: no abandona nunca la mesa del amor, ni siquiera cuando sabe que lo dejarán solo.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros podemos preguntarnos hoy, con sinceridad: “¿Seré yo?”. No para sentirnos acusados, sino para abrir un espacio a la verdad en nuestro corazón. La salvación comienza aquí: en la conciencia de que podremos ser nosotros los que rompamos la confianza en Dios, pero que podemos ser también nosotros los que la recojamos, la custodiemos y la renovemos.
En el fondo, esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos. Y si nos dejamos alcanzar por este amor – humilde, herido, pero siempre fiel – entonces podemos de verdad renacer. Y empezar a vivir ya no como traidores, sino como hijos siempre amados.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos reflexionando sobre los últimos días de la vida de Jesús. Hoy contemplamos el momento de la última cena en el que Jesús revela a sus apóstoles que uno de ellos lo iba a traicionar. La posibilidad de una traición entristece a todos. Y precisamente esta tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión. Jesús no dice estas palabras para humillar, sino para salvar; y esto nos enseña que no debemos negar el mal, sino reconocerlo como una ocasión dolorosa para poder renacer.
También nosotros estamos llamados a examinar nuestra vida, con sus luces y sus sombras. Si reconocemos nuestros límites, si nos dejamos tocar por el dolor de Cristo, entonces podemos nacer de nuevo. Queridos amigos, a pesar de nuestras traiciones, Jesús nunca nos abandona. Acudamos a Él con sinceridad y confianza, pidiéndole que seamos siempre capaces de acoger el don de su amistad.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor Jesús un corazón
humilde y abierto a su gracia para que, como hacemos en la Eucaristía, esté dispuesto a reconocer las
faltas, a pedir perdón y a empezar de nuevo cada día, con la certeza de sabernos infinitamente amados por
Él. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Audiencia general - (6 de agosto de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 1. La preparación de la cena. «Prepárennos allí lo necesario» (Mc 14,15)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 6 de agosto de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 1. La preparación de la cena. «Prepárennos allí lo necesario» (Mc 14,15)
Queridos hermanos y hermanas,
seguimos nuestro camino jubilar al descubrimiento del rostro de Cristo, en el que nuestra esperanza toma forma y consistencia. Hoy comenzamos a reflexionar sobre el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Iniciemos meditando una palabra que parece sencilla, pero que custodia un secreto precioso de la vida cristiana: preparar.
En el Evangelio de Marcos se cuenta que «el primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”». (Mc 14,12). Es una pregunta práctica, pero también cargada de expectación. Los discípulos intuyen que algo importante está a punto de suceder, pero no conocen los detalles. La respuesta de Jesús parece casi un enigma: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua.» (v. 13). Los detalles se vuelven simbólicos: un hombre que lleva un cántaro —gesto habitualmente femenino en aquella época—, una sala en el piso superior ya preparada, un dueño de la casa desconocido. Es como si todas las cosas hubieran sido preparadas de antemano. De hecho, así es. En este episodio, el Evangelio nos revela que el amor no es fruto del azar, sino de una elección consciente. No se trata de una simple reacción, sino de una decisión que requiere preparación. Jesús no afronta su pasión por fatalidad, sino por fidelidad a un camino acogido y recorrido con libertad y cuidado. Esto es lo que nos consuela: saber que el don de su vida nace de una intención profunda, no de un impulso repentino.
Esa «sala en el piso superior ya preparada» nos dice que Dios siempre nos precede. Incluso antes de que nos demos cuenta de que necesitamos acogida, el Señor ya ha preparado para nosotros un espacio donde reconocernos y sentirnos sus amigos. Este lugar es, en el fondo, nuestro corazón: una “sala” que puede parecer vacía, pero que solo espera ser reconocida, llenada y custodiada. La Pascua, que los discípulos deben preparar, está en realidad ya preparada en el corazón de Jesús. Es Él quien lo ha pensado todo, dispuesto todo, decidido todo. Sin embargo, pide a sus amigos que hagan su parte. Esto nos enseña algo esencial para nuestra vida espiritual: la gracia no elimina nuestra libertad, sino que la despierta. El don de Dios no anula nuestra responsabilidad, sino que la hace fecunda.
Hoy, como entonces, hay una cena que preparar. No se trata solo de la liturgia, sino de nuestra disponibilidad a entrar en un gesto que nos supera. La Eucaristía no se celebra solo en el altar, sino también en la vida cotidiana, donde es posible vivir todo como ofrenda y acción de gracias. Prepararse para celebrar esta acción de gracias no significa hacer más, sino dejar espacio. Significa quitar lo que estorba, rebajar las pretensiones, dejar de cultivar expectativas irreales. Con demasiada frecuencia, de hecho, confundimos los preparativos con las ilusiones. Las ilusiones nos distraen, los preparativos nos orientan. Las ilusiones buscan un resultado, los preparativos hacen posible un encuentro. El amor verdadero —nos recuerda el Evangelio— se da incluso antes de ser correspondido. Es un don anticipado. No se basa en lo que recibe, sino en lo que desea ofrecer. Es lo que Jesús vivió con los suyos: mientras ellos aún no entendían, mientras uno estaba a punto de traicionarlo y otro de renegar de él, Él preparaba una cena de comunión para todos.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros estamos invitados a «preparar la Pascua» del Señor. No solo la litúrgica, sino también la de nuestra vida. Cada gesto de disponibilidad, cada acto gratuito, cada perdón ofrecido por adelantado, cada esfuerzo aceptado con paciencia es una forma de preparar un lugar donde Dios puede habitar. Podemos entonces preguntarnos: ¿qué espacios de mi vida necesito reordenar para que estén listos para acoger al Señor? ¿Qué significa para mí hoy «preparar»? Quizás renunciar a una pretensión, dejar de esperar que el otro cambie, dar el primer paso. Quizás escuchar más, obrar menos o aprender a confiar en lo que ya está dispuesto.
Si acogemos la invitación a preparar el lugar de la comunión con Dios y entre nosotros, descubrimos que estamos rodeados de signos, encuentros, palabras que nos orientan hacia esa sala, espaciosa y ya preparada, en la que se celebra incesantemente el misterio de un amor infinito, que nos sostiene y siempre nos precede. Que el Señor nos conceda ser humildes preparadores de su presencia. Y, en esta disponibilidad cotidiana, crezca también en nosotros esa confianza serena que nos permite afrontar todo con el corazón libre. Porque donde se ha preparado el amor, la vida puede realmente florecer.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Jesús, el Pan vivo bajado del cielo, que nos conceda saber preparar con humildad y vivir con buena disposición la celebración de la Santa Misa, así como hacer de toda nuestra vida una continua Eucaristía. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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LLAMAMIENTO
Hoy se cumple el 80.º aniversario del bombardeo atómico de la ciudad japonesa de Hiroshima, y dentro de tres días recordaremos el de Nagasaki. Deseo asegurar mis oraciones por todos aquellos que sufrieron sus efectos físicos, psicológicos y sociales. A pesar del paso de los años, aquellos trágicos acontecimientos constituyen una advertencia universal contra la devastación causada por las guerras y, en particular, por las armas nucleares. Espero que en el mundo contemporáneo, marcado por fuertes tensiones y conflictos sangrientos, la seguridad ilusoria basada en la amenaza de la destrucción mutua dé paso a los instrumentos de la justicia, a la práctica del diálogo y a la confianza en la fraternidad.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En el ciclo de catequesis jubilares dedicado a Cristo, nuestra esperanza, hoy comenzamos a reflexionar sobre el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Iniciamos meditando sobre un verbo muy valioso en la vida cristiana, que es “preparar”.
Jesús les pide a sus discípulos que “preparen” la sala donde celebrarían la Pascua. En este gesto, vemos la importancia de prepararnos y de hacer espacio para recibir al Señor en nuestra vida. Otra enseñanza es que Jesús no lo hace todo solo, sino que solicita la ayuda de sus amigos. Esto significa que el don de Dios no anula nuestra responsabilidad ni nuestra libertad, sino que las reaviva y las hace fecundas.
También hoy, como entonces, los discípulos de Jesús tenemos que preparar una cena. Se trata de la Eucaristía, que no se celebra solamente sobre el altar, sino en la vida cotidiana, donde estamos llamados a hacer de cada acontecimiento una ofrenda y una acción de gracias al Señor.
Audiencia general (30 de julio de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 12. El sordomudo. «Y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,32-37)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 30 de julio de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 12. El sordomudo. «Y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,32-37)
Queridos hermanos y hermanas:
Con esta catequesis terminamos nuestro recorrido por la vida pública de Jesús, hecha de encuentros, parábolas y curaciones.
También este tiempo que estamos viviendo necesita curación. Nuestro mundo está atravesado por un clima de violencia y odio que mortifica la dignidad humana. Vivimos en una sociedad que se está enfermando a causa de una «bulimia» de conexiones en las redes sociales: estamos hiperconectados, bombardeados por imágenes, a veces incluso falsas o distorsionadas. Somos arrollados por múltiples mensajes que suscitan en nosotros una tormenta de emociones contradictorias.
En este escenario, es posible que surja en nosotros el deseo de apagar todo. Podemos llegar a preferir no sentir nada. Nuestras palabras también corren el riesgo de ser malinterpretadas, y podemos sentir la tentación de encerrarnos en el silencio, en una incomunicación en la que, por muy cercanos que estemos, ya no somos capaces de decirnos las cosas más simples y profundas.
A este respecto, me gustaría detenerme hoy en un texto del Evangelio de Marcos que nos presenta a un hombre que no habla ni oye (cf. Mc 7, 31-37). Precisamente como nos podría pasar a nosotros hoy, este hombre quizá decidió no hablar más porque no se sentía comprendido, y apagar toda voz porque se sentía decepcionado y herido por lo que había oído. De hecho, no es él quien acude a Jesús para ser sanado, sino que lo llevan otras personas. Se podría pensar que quienes lo conducen al Maestro son los que están preocupados por su aislamiento. Sin embargo, la comunidad cristiana ha visto en estas personas también la imagen de la Iglesia, que acompaña a cada ser humano hasta Jesús para que escuche su palabra. El episodio tiene lugar en un territorio pagano, por lo que nos encontramos en un contexto en el que otras voces tienden a cubrir la voz de Dios.
El comportamiento de Jesús puede parecer extraño al principio, porque toma consigo a esta persona y la lleva aparte (v. 33a). Parece así acentuar su aislamiento; pero, mirándolo bien, este gesto nos ayuda a comprender lo que se esconde detrás del silencio y la cerrazón de este hombre, como si hubiera captado su necesidad de intimidad y cercanía.
Jesús le ofrece ante todo una proximidad silenciosa, a través de gestos que hablan de un encuentro profundo: toca los oídos y la lengua de este hombre (cf. v. 33b). Jesús no usa muchas palabras, dice lo único que es necesario en este momento: «¡Ábrete!» (v. 34). Marcos reproduce la palabra en arameo, “efatà”, casi para hacernos sentir «en vivo» el sonido y el soplo. Esta palabra, sencilla y hermosa, contiene la invitación que Jesús dirige a este hombre que ha dejado de escuchar y de hablar. Es como si Jesús le dijera: «¡Ábrete a este mundo que te asusta! ¡Ábrete a las relaciones que te han decepcionado! ¡Ábrete a la vida que has renunciado a afrontar!». Cerrarse, de hecho, nunca es una solución.
Después del encuentro con Jesús, esa persona no solo vuelve a hablar, sino que lo hace «normalmente» (v. 35). Este adverbio insertado por el evangelista parece querer decirnos algo más sobre los motivos de su silencio. Quizás este hombre dejó de hablar porque le parecía que decía las cosas mal, quizás no se sentía adecuado. Todos experimentamos que se nos malinterpreta y que no nos sentimos comprendidos. Todos necesitamos pedirle al Señor que sane nuestra forma de comunicarnos, no solo para ser más eficaces, sino también para evitar herir a los demás con nuestras palabras.
Volver a hablar “normalmente” es el comienzo de un camino, no es todavía el punto de llegada. De hecho, Jesús prohíbe a ese hombre contar lo que le ha sucedido (cf. v. 36). Para conocer verdaderamente a Jesús hay que recorrer un camino, hay que estar con Él y atravesar también su Pasión. Cuando lo hayamos visto humillado y sufriendo, cuando experimentemos el poder salvífico de su Cruz, entonces podremos decir que lo hemos conocido verdaderamente. No hay atajos para convertirse en discípulos de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que podamos aprender a comunicarnos con honestidad y prudencia.
Oremos por todos aquellos que han sido heridos por las palabras de los demás. Oremos por la Iglesia, para que
nunca falte en su tarea de llevar a las personas a Jesús, para que puedan escuchar
su Palabra, ser sanadas
por ella y convertirse, a su vez, en portadoras de su anuncio de salvación.
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Resumen leído por el Santo Padre en español:
Queridos hermanos y hermanas:
En esta última catequesis dedicada a la vida pública de Jesús, reflexionamos sobre el texto evangélico de la curación del sordomudo. Aquella persona enferma, que no podía hablar ni oír, fue llevada por otros a la presencia de Jesús. En este gesto de fraternidad podemos ver la imagen de la Iglesia, que acompaña a todos al encuentro del Señor.
Vemos en este relato que Jesús le ofrece al sordomudo una proximidad silenciosa, realiza gestos significativos y pronuncia una sola palabra: “Efatá”, que significa “Ábrete”. Esta palabra es una invitación a no encerrarse ni aislarse, sino a comunicarse y relacionarse con los demás de un modo nuevo.
En el mundo de hoy, donde estamos “hiperconectados”, tantas veces bombardeados de imágenes y mensajes que nos provocan emociones contradictorias, y podemos tener la tentación de cerrarnos en nosotros mismos, el Evangelio nos invita a una comunicación profunda con Dios y con los hermanos.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los numerosos grupos
de jóvenes aquí reunidos para el Jubileo de los Jóvenes. Pidamos hoy de manera especial por la Iglesia, para que
nunca deje de llevar a las personas al encuentro con el Señor, para que escuchen su Palabra, curen sus heridas y
sean asimismo mensajeras de la Buena Noticia. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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Llamamientos
Renuevo mi profundo dolor por el brutal ataque terrorista perpetrado en la noche del 26
al 27 de julio pasado en Komanda, en la parte oriental de la República Democrática del Congo, donde más de
cuarenta cristianos fueron asesinados en una iglesia durante una vigilia de oración y en sus propias casas.
Mientras encomiendo a las víctimas a la amorosa misericordia de Dios, rezo por los heridos y por los cristianos
que en todo el mundo siguen sufriendo violencia y persecución, y exhorto a quienes tienen responsabilidad a
nivel local e internacional a que colaboren para prevenir similares tragedias.
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El 1 de agosto se cumplirá el 50.º aniversario de la firma del Acta Final de Helsinki. Animados por el deseo de garantizar la seguridad en el contexto de la Guerra Fría, 35 países inauguraron una nueva etapa geopolítica, favoreciendo un acercamiento entre Oriente y Occidente. Ese acontecimiento marcó también un renovado interés por los derechos humanos, con especial atención a la libertad religiosa, considerada uno de los fundamentos de la entonces naciente arquitectura de cooperación «de Vancouver a Vladivostok». La participación activa de la Santa Sede en la Conferencia de Helsinki, representada por el arzobispo Agostino Casaroli, contribuyó a fomentar el compromiso político y moral por la paz. Hoy, más que nunca, es indispensable custodiar el espíritu de Helsinki: perseverar en el diálogo, reforzar la cooperación y hacer de la diplomacia la vía privilegiada para prevenir y resolver los conflictos.
Audiencia general (25 de junio de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 11. La mujer hemorroísa y la hija de Jairo. «No temas, solo ten fe» (Mc 5,36)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 25 de junio de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 11. La mujer hemorroísa y la hija de Jairo. «No temas, solo ten fe» (Mc 5,36)
Queridos hermanos y hermanas,
hoy también meditamos sobre las curaciones de Jesús como señal de esperanza. En Él hay una fuerza que nosotros también podemos experimentar cuando entramos en relación con su Persona.
Una enfermedad muy difundida en nuestro tiempo es el cansancio de vivir: la realidad nos parece demasiado compleja, pesada, difícil de afrontar. Y entonces nos apagamos, nos adormecemos, con la ilusión que al despertarnos las cosas serán diferentes. Pero la realidad va afrontada, y junto con Jesús podemos hacerlo bien. A veces nos sentimos bloqueados por el juicio de aquellos que pretenden colocar etiquetas a los demás.
Me parece que estas situaciones puedan cotejarse con un pasaje del Evangelio de Marcos, donde se entrelazan dos historias: aquella de una niña de doce años, que yace en su lecho enferma a punto de morir; y aquella de una mujer, que, precisamente desde hace doce años, tiene perdidas de sangre y busca a Jesús para sanarse (cfr Mc 5,21-43).
Entre estas dos figuras femeninas, el Evangelista coloca al personaje del padre de la muchacha: él no se queda en casa lamentándose por la enfermedad de la hija, sino sale y pide ayuda. Si bien sea el jefe de la sinagoga, no pone pretensiones argumentando su posición social. Cuando hay que esperar no pierde la paciencia y espera. Y cuando le vienen a decir que su hija ha muerto y es inútil disturbar al Maestro, él sigue teniendo fe y continúa esperando.
El coloquio de este padre con Jesús es interrumpido por la mujer que padecía flujo de sangre, que logra acercarse a Jesús y tocar su manto (v. 27). Con gran valentía esta mujer ha tomado la decisión que cambia su vida: todos seguían diciéndole que permanezca a distancia, que no se deje ver. La habían condenado a quedarse escondida y aislada. A veces también nosotros podemos ser víctimas del juicio de los demás, que pretenden colocarnos un vestido que no es el nuestro. Y entonces estamos mal y no logramos salir de eso.
Aquella mujer emboca el camino de la salvación cuando germina en ella la fe que Jesús puede sanarla: entonces encuentra la fuerza para salir e ir a buscarlo. Al menos quiere llegar a tocar sus vestidos.
Alrededor de Jesús había una muchedumbre, muchas personas lo tocaban, pero a ellos no les pasó nada. En cambio, cuando esta mujer toca a Jesús, se sana. ¿Dónde está la diferencia? Comentando este punto del texto, San Agustín dice – en nombre de Jesús –: «La multitud apretuja, la fe toca» (Sermones 243, 2, 2). Y así: cada vez que realizamos un acto de fe dirigido a Jesús, se establece un contacto con Él e inmediatamente su gracia sale de Él. A veces no nos damos cuenta, pero de una forma secreta y real la gracia nos alcanza y lentamente trasforma la vida desde dentro.
Quizás también hoy tantas personas se acercan a Jesús de manera superficial, sin creer de verdad en su potencia. ¡Caminamos la superficie de nuestra iglesia, pero quizás el corazón está en otra parte! Esta mujer, silenciosa y anónima, derrota a sus temores, tocando el corazón de Jesús con sus manos consideradas impuras a causa de la enfermedad. Y he aquí que inmediatamente se siente curada. Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz» (Mc 5,34).
Mientras tanto, llevaron a aquel padre la noticia que su hija había muerto. Jesús le dice: «¡No temas, basta que creas!» (v. 36). Luego fue a su casa y, viendo que todos lloraban y gritaban, dijo: «La niña no está muerta, sino que duerme» (v. 39). Luego entra donde está la niña, le toma la mano y le dice: «Talitá kum», “¡Niña, levántate!”. La muchacha se levanta y se pone a caminar (cfr vv. 41-42). Aquel gesto de Jesús nos muestra que Él no solo sana toda enfermedad, sino que también despierta de la muerte. Para Dios, que es Vida eterna, la muerte del cuerpo es como un sueño. La muerte verdadera es aquella del alma: ¡de esta debemos tener miedo!
Un último detalle: Jesús, luego de haber resucitado a la niña, dice a los padres que le den de comer (cfr v. 43). Esta es otra señal muy concreta de la cercanía de Jesús a nuestra humanidad. Podemos también entenderlo en sentido más profundo y preguntarnos: ¿cuándo nuestros muchachos se encuentran en crisis y tienen necesidad de nutrición espiritual, sabemos dársela? ¿Y cómo podemos hacerlo si nosotros mismos no nos nutrimos del Evangelio?
Queridos hermanos y hermanas, en la vida hay momentos de desilusión y de desánimo, y hay también la experiencia de la muerte. Aprendamos de aquella mujer, de aquel padre: vamos hacia Jesús: Él puede sanarnos, puede hacernos renacer. ¡Jesús es nuestra esperanza!
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los sacerdotes y seminaristas provenientes de España, México, Puerto Rico, Ecuador, Colombia, El Salvador, Venezuela. En la vida hay momentos de desilusión, de desaliento e incluso de muerte. Aprendamos de aquella mujer y de aquel padre: vayamos a Jesús. Él puede sanarnos, puede devolvernos la vida. ¡Él es nuestra esperanza! Muchas gracias.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy meditamos sobre las curaciones que Jesús realizó como signo de esperanza. El Evangelio que hemos escuchado nos presenta dos historias: la de una mujer enferma desde hace doce años y la de una niña que está por morir.
La mujer, considerada impura y condenada al aislamiento, se atreve a acercarse a Jesús en silencio, convencida de que basta tocar su manto para sanar. Aunque muchos tocaban a Cristo entre la muchedumbre, sólo ella fue curada. ¿Por qué? Porque lo tocó con fe. Quizás también hoy muchos se acercan a Jesús de manera superficial. Entramos en nuestras iglesias, pero nuestro corazón se queda afuera. Esta mujer, silenciosa y anónima, venció sus miedos y tocó el corazón de Jesús con manos que todos juzgaban impuras. Y el Señor la sanó a causa de su fe.
El padre de la niña tampoco se rinde ante la noticia de la muerte. Jesús le dice: «No temas, sólo ten fe». Entra en la casa, toma a la niña de la mano y la vida vuelve. Es inmensa la fuerza de una fe sincera, que toca a Jesús con confianza —aun desde la debilidad— porque deja que sus benditas manos actúen. Cuando la fe es verdadera, se confirma nuestra esperanza. La gracia de Cristo actúa y nos es devuelta la vida.
Audiencia general (18 de junio de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas. 10. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 18 de junio de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas. 10. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6)
Queridos hermanos y hermanas,
seguimos contemplando a Jesús que sana. Hoy quisiera invitarlos de manera particular a pensar en las situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un camino sin salida. A veces de hecho nos parece que sea inútil continuar a esperar; nos resignamos y no tenemos más ganas de luchar. Esta situación es descrita en los Evangelios con la imagen de la parálisis. Por esta razón desearía detenerme hoy sobre la sanación de un paralítico, narrada en el quinto capítulo del Evangelio de san Juan (5,1-9).
Jesús va Jerusalén para una fiesta de los judíos. No va directamente al Templo; se detiene ante una puerta, donde seguramente se lavaban a las ovejas que luego eran ofrecidas en sacrificio. Cerca a esta puerta, se ubicaban también tantos enfermos, que, a diferencia de las ovejas, ¡eran excluidos del Templo porque eran considerados impuros! Es entonces Jesús mismo quien los alcanza en su dolor. Estas personas esperaban un prodigio que pudiese cambiar su destino; de hecho, junto a la puerta se encontraba una piscina, cuyas aguas eran consideradas taumatúrgicas, o sea capaces de sanar: en algún momento cuando el agua se agitaba, según la creencia del tiempo, quien primero se zambullía, se curaba.
De esta forma se creaba una especie de “guerra de los pobres”: podemos imaginar la triste escena de estos enfermos que se arrastraban con fatiga para tratar de entrar en la piscina. Aquella piscina se llamaba Betzatá, que significa “casa de la misericordia”: podría ser una imagen de la Iglesia, en donde los enfermos y los pobres se juntan y hasta donde el Señor llega para sanar y donar esperanza.
Jesús se dirige específicamente a un hombre que está paralizado desde hace treinta y ocho años. Ya está resignado, porque no logra sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cfr v. 7). En efecto, aquello que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos desanimados y corremos el riesgo de caer en la dejadez.
Jesús dirige a este paralítico una pregunta que puede parecer superficial: «¿Quieres curarte?» (v. 6). En cambio, es una pregunta necesaria, porque, cuando uno se encuentra bloqueado desde hace tantos años, puede también faltarle la voluntad de sanarse. A veces preferimos permanecer en condición de enfermos, obligando a los otros a ocuparse de nosotros. Es a veces también un pretexto para no decidir qué cosa hacer con nuestra vida. Jesús en cambio reconduce a este hombre a su deseo veraz y profundo.
Este hombre de hecho responde de manera más articulada a la pregunta de Jesús, revelando su visión de la vida. Ante todo, dice que no ha tenido nadie que lo sumerja en la piscina : entonces no es suya la culpa, sino de los otros que no se preocupan por él. Esta actitud se convierte en el pretexto para evitar asumirse las propias responsabilidades. ¿Pero es verdad que no había nadie que lo ayudase? He aquí la respuesta iluminadora de San Agustín: «Si, para ser sanado tenía absolutamente necesidad de un hombre, pero de un hombre que fuese también Dios. […] Ha venido por lo tanto el hombre que era necesario; ¿por qué postergar de nuevo la sanación?». [1]
El paralítico agrega que cuando trata de sumergirse en la piscina hay siempre alguien que llega antes que él. Este hombre está expresando una visión fatalista de la vida. Pensamos que las cosas nos pasan porque no somos afortunados, porque el destino nos es adverso. Este hombre está desanimado. Se siente derrotado en la lucha de la vida.
Jesús en cambio lo ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Le invita a levantarse, a alzarse de su situación crónica, y a recoger su camilla (cfr v. 8). Ese camastro no se deja o se echa: representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta aquel momento el pasado lo ha bloqueado; lo ha obligado a yacer como un muerto. Ahora es él que puede cargar aquella camilla y llevarla a donde quiera: ¡puede decidir qué cosa hacer con su historia! Se trata de caminar, asumiéndose la responsabilidad de escoger cual camino recorrer. ¡Y esto gracias a Jesús!
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor el don de entender dónde se ha bloqueado nuestra vida. Intentemos dar voz a nuestro deseo de sanar. Y recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven una salida. ¡Pidamos regresar a vivir en el Corazón de Cristo que es la verdadera casa de la misericordia!
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de
España, México, Honduras, Chile y Argentina. Jesús nos pregunta también a nosotros: «¿Quieres curarte?». No
tengamos miedo de reconocer nuestras parálisis interiores, ni de presentar al Señor nuestros desánimos.
Pidamos a María Santísima que nos ayude a responder con fe al llamado de Jesús, que nos invita a levantarnos
y caminar con esperanza hacia la vida nueva que Él nos ofrece. Muchas gracias.
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Llamamiento
Queridos hermanos y hermanas:
El corazón de la Iglesia está desgarrado por los gritos que se elevan desde los lugares en guerra, en
particular desde Ucrania, Irán, Israel y Gaza. ¡No debemos acostumbrarnos a la guerra! Al contrario, hay que
rechazar como una tentación el encanto de las armas poderosas y sofisticadas. En realidad, ya que en la
guerra actual «al emplear en la guerra armas científicas de todo género, su crueldad intrínseca amenaza
llevar a los que luchan a tal barbarie, que supere, enormemente la de los tiempos pasados» (Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 79). Por tanto, en nombre de la dignidad humana y del derecho internacional, repito a los responsables lo que solía decir el papa Francisco: ¡la guerra es siempre una derrota! Y con Pío XII: «Nada se pierde con la paz, todo
puede perderse con la guerra».
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy nos detenemos en el relato del paralítico de la piscina de Betsata que nos revela a Jesús como Aquel que sana. La actitud de este hombre, paralizado desde hacía 38 años, nos hace pensar cómo, a veces, también nosotros nos resignamos, perdemos la esperanza y dejamos de luchar. A su parálisis física se agregaba una peor: la parálisis de la desesperanza. El Señor va a Jerusalén, pero su primer destino no es el templo, sino que se dirige a los excluidos que yacen cerca de la puerta. Y, al notar la situación de ese hombre, le hace una pregunta que, a simple vista, podría parecer superflua, pero con la cual busca hacerlo volver a su deseo más profundo y verdadero: «¿Quieres curarte?». El enfermo responde culpando a otros y mostrando una visión fatalista: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja, […] mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús lo ayuda a descubrir que el presente está en sus manos. Lo invita a levantarse, a tomar su camilla —símbolo de su pasado— y a caminar. Así, el pasado ya no lo detiene y su presente se transforma porque ahora camina junto al mismo Dios que vino a su encuentro.
Audiencia Jubilar (14 de junio de 2025): Esperar es conectar. Ireneo de Lyon
AUDIENCIA JUBILAR
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Basílica de San Pedro
Sábado, 14 de junio de 2025
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Esperar es conectar. Ireneo de Lyon
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Que la paz sea con vosotros!
Queridos hermanos y hermanas:
Las audiencias especiales del Jubileo que el Papa Francisco inició en enero se reanudan esta mañana , proponiendo cada vez un aspecto particular de la virtud teologal de la esperanza y una figura espiritual que la testimonia. ¡Continuemos, pues, el camino iniciado, como peregrinos de la esperanza!
Nos une la esperanza transmitida por los Apóstoles desde el principio. Los Apóstoles vieron en Jesús la tierra unida al cielo: con sus ojos, oídos y manos acogieron la Palabra de vida. El Jubileo es una puerta abierta a este misterio. El Año Jubilar conecta el mundo de Dios con el nuestro de forma más radical. Nos invita a tomar en serio lo que rezamos cada día: «En la tierra como en el cielo». Esta es nuestra esperanza. Este es el aspecto que nos gustaría explorar hoy: esperar es conectar .
Uno de los más grandes teólogos cristianos, el obispo Ireneo de Lyon, nos ayudará a reconocer la belleza y la actualidad de esta esperanza. Ireneo nació en Asia Menor y se educó entre quienes conocieron directamente a los Apóstoles. Luego vino a Europa, porque en Lyon ya se había formado una comunidad de cristianos de su tierra. ¡Qué bien nos hace recordar esto aquí, en Roma, en Europa! El Evangelio llegó a este continente desde fuera. Y aún hoy, las comunidades migrantes son presencias que reavivan la fe en los países que las acogen. El Evangelio viene de fuera. Ireneo conecta Oriente y Occidente. Esto ya es un signo de esperanza, porque nos recuerda cómo los pueblos se enriquecen mutuamente.
Ireneo, sin embargo, tiene un tesoro aún mayor que ofrecernos. Las divisiones doctrinales que encontró dentro de la comunidad cristiana, los conflictos internos y las persecuciones externas no lo desanimaron. Al contrario, en un mundo fragmentado, aprendió a pensar mejor, centrando su atención cada vez más en Jesús. Se convirtió en un cantor de su persona, incluso de su carne. Reconoció, de hecho, que en Él lo que parece opuesto a nosotros se recompone en unidad. Jesús no es un muro que separa, sino una puerta que nos une. Debemos permanecer en Él y distinguir la realidad de las ideologías.
Queridos hermanos y hermanas, incluso hoy las ideas pueden enloquecer y las palabras pueden matar. Sin embargo, la carne es de lo que todos estamos hechos; es lo que nos une a la tierra y a las demás criaturas. La carne de Jesús debe ser acogida y contemplada en cada hermano y hermana, en cada criatura. Escuchemos el grito de la carne, escuchemos cómo nos llama el dolor ajeno. El mandamiento que hemos recibido desde el principio es el del amor mutuo. Está escrito en nuestra carne, antes que cualquier ley.
Ireneo, maestro de la unidad, nos enseña a no oponernos, sino a conectar. Hay inteligencia no donde separa, sino donde conecta. Distinguir es útil, pero nunca dividir. Jesús es vida eterna entre nosotros: reúne los opuestos y hace posible la comunión.
Somos peregrinos de esperanza, porque entre las personas, los pueblos
y las criaturas debe haber alguien que decida caminar hacia la
comunión. Otros nos seguirán. Como Ireneo en Lyon en el siglo II, así
en cada una de nuestras ciudades volvemos a tender puentes donde hoy hay muros. Abramos puertas,
conectemos mundos y habrá esperanza.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los peregrinos de Francia. Hermanos y hermanas, por intercesión de Santa Irénée, construyan en nuestras ciudades puentes donde se encuentran los muros, desarrollando instrumentos de unidad y paz para encontrar esperanza en sus corazones. ¡Que Dios los bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, especialmente a los de Francia. Hermanos y hermanas, por intercesión de san Ireneo, construyamos puentes en nuestras ciudades donde aún hay muros, convirtiéndonos en instrumentos de unidad y paz para avivar la esperanza en los corazones. ¡Que Dios los bendiga !
Les envío un cordial saludo a todos los que participan en el Jubileo del Deporte y en este encuentro internacional sobre “El Impulso de la Esperanza”, organizado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación. El tiempo que compartirán juntos estos días les brindará una valiosa oportunidad para reflexionar sobre la relación entre la actividad deportiva y la virtud de la esperanza. Pensándolo bien, el deporte está animado por la esperanza, en el sentido de que implica esforzarse por alcanzar una meta, intentar mejorar constantemente nuestro rendimiento y aprender a trabajar en equipo. Al mismo tiempo, nuestras más profundas esperanzas nos impulsan a hacer del mundo del deporte un espacio donde se puedan ejercitar y comunicar valores auténticamente humanos y cristianos para la construcción de un mundo mejor. En el espíritu de este Jubileo, los animo a ustedes y a los participantes del Rally Internacional de Motociclismo, cada uno a su manera, a ser “misioneros de la esperanza”, trabajando por una cultura de mayor solidaridad, aceptación y fraternidad. A todos les imparto de corazón mi bendición. Doy una cálida bienvenida a los peregrinos y visitantes de habla inglesa que participan en la audiencia de hoy, especialmente a los procedentes de Irlanda, Vietnam y Estados Unidos. Al orar para que experimenten un aumento en la virtud de la esperanza durante este Año Jubilar, invoco sobre todos ustedes y sus familias la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Que Dios los bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los grupos procedentes de España y Latinoamérica. Los animo a contemplar la humanidad de Jesús como la posibilidad de comunión entre nosotros y entre las demás criaturas, para que, permaneciendo en Cristo, aumentemos nuestra esperanza. Muchas gracias.
Pozdrawiam serdecznie wszystkich Polaków. Rok Święty a czas pojednania. Sudoeste. Ireneusz z Lyonu, nawiązując do nauki Apostołów, ukazuje, że prawdziwa jedność możliwa jest tylko w Chrystusie, który pojednał niebo z ziemią. Niech to będzie dla was znakiem nadziei. Szukajcie w Jezusie mocy do budowania jedności – w waszych rodzinach, ojczyźnie iw świecie. Błogosławię wam wszystkim.
Saludo cordialmente a todos los polacos. El Año Santo es tiempo de reconciliación. San Ireneo de Lyon, retomando las enseñanzas de los Apóstoles, demuestra que la verdadera unidad solo es posible en Cristo, quien reconcilió el cielo con la tierra. Que esto sea un signo de esperanza para ustedes. Busquen en Jesús la fuerza para construir la unidad: en sus familias, en su patria y en el mundo. Los bendigo a todos .
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APELAR
Incluso en estos días, de hecho, llegan noticias muy preocupantes. La situación en Irán e Israel se ha deteriorado gravemente, y en un momento tan delicado deseo renovar con fuerza un llamamiento a la responsabilidad y a la razón. El compromiso de construir un mundo más seguro, libre de la amenaza nuclear, debe perseguirse mediante encuentros respetuosos y un diálogo sincero, para construir una paz duradera, fundada en la justicia, la fraternidad y el bien común. Nadie debe jamás amenazar la existencia de otro. Es deber de todos los países apoyar la causa de la paz, iniciando caminos de reconciliación y promoviendo soluciones que garanticen la seguridad y la dignidad de todos.
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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de habla italiana, en particular a las parroquias de Tolentino, Bitonto y Tollo, a los fieles del VI Municipio de Roma y a los miembros del Panatlón Internacional. Espero que la peregrinación jubilar confirme su fe en Cristo, reafirmando el compromiso de vivir según el espíritu del Evangelio.
Mis pensamientos se dirigen ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A la Virgen María confío las expectativas e intenciones de bien que albergan en su corazón.
¡Mi bendición para todos!
Audiencia general (11 de junio de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas. 9. Bartimeo. «¡Animo, levántate! El te llama!» (Mc 10,49)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 11 de junio de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas. 9. Bartimeo. «¡Animo, levántate! El te llama!» (Mc 10,49)
Queridos hermanos y hermanas:
con esta catequesis quisiera dirigir nuestras miradas a otro aspecto esencial de la vida de Jesús, esto es, a sus curaciones. Por eso, los invito a presentar ante el Corazón de Cristo las partes más doloridas o frágiles de ustedes, aquellos lugares de su vida en los que se sienten paralizados y bloqueados. ¡Pidamos al Señor con confianza que escuche nuestro grito y nos cure!
El personaje que nos acompaña en esta reflexión nos ayuda a comprender que nunca hay que abandonar la esperanza, incluso cuando nos sentimos perdidos. Se trata de Bartimeo, un hombre ciego y mendigo, que Jesús encontró en Jericó (cf. Mc 10,40-52). El lugar es significativo: Jesús se dirige a Jerusalén, pero comienza su viaje, por así decirlo, desde los «infiernos» de Jericó, ciudad que se encuentra por bajo del nivel del mar. De hecho, Jesús, con su muerte, fue a recuperar a ese Adán que cayó y que nos representa a cada uno de nosotros.
Bartimeo significa «hijo de Timeo»: describe a ese hombre a través de una relación; sin embargo, él está dramáticamente solo. Pero este nombre también podría significar «hijo del honor» o «de la admiración», exactamente lo contrario de la situación en la que se encuentra [1]. Y dado que el nombre es tan importante en la cultura judía, significa que Bartimeo no consigue vivir lo que está llamado a ser.
Además, a diferencia del gran movimiento de personas que camina detrás de Jesús, Bartimeo permanece inmóvil. El evangelista dice que está sentado al borde del camino, por lo que necesita que alguien lo levante y lo ayude a seguir caminando.
¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación que parece sin salida? Bartimeo nos enseña a apelar a los recursos que llevamos dentro y que forman parte de nosotros. Él es un mendigo, sabe pedir, es más, ¡puede gritar! Si realmente deseas algo, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando los demás te reprenden, te humillan y te dicen que lo dejes. Si realmente lo deseas, ¡sigue gritando!
El grito de Bartimeo, relatado en el Evangelio de Marcos —«¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!» (v. 47)— se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador».
Bartimeo es ciego, ¡pero paradójicamente ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús! Ante su grito, Jesús se detiene y lo llama (cf. v. 49), porque no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él (cf. Éx 2,23). Parece extraño que, ante un ciego, Jesús no se acerque inmediatamente a él; pero, si lo pensamos bien, es la forma de reactivar la vida de Bartimeo: lo empuja a levantarse, confía en su posibilidad de caminar. Ese hombre puede ponerse de pie, puede resucitar de sus situaciones de muerte. Pero para hacer esto debe realizar un gesto muy significativo: ¡debe arrojar su manto! (cf. v. 50)
Para un mendigo, el manto lo es todo: es la seguridad, es la casa, es la defensa que lo protege. Incluso la ley tutelaba el manto del mendigo y obligaba a devolverlo por la tarde, si había sido tomado en prenda (cf. Ex 22,25). Sin embargo, muchas veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos y que, en cambio, nos impide caminar. Para ir a Jesús y dejarse curar, Bartimeo debe exponerse a Él en toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo camino de curación.
Incluso la pregunta que Jesús le hace parece extraña: «¿Qué quieres que haga por ti?». Pero, en realidad, no es obvio que queramos curarnos de nuestras enfermedades; a veces preferimos quedarnos quietos para no asumir responsabilidades. La respuesta de Bartimeo es profunda: utiliza el verbo anablepein, que puede significar «ver de nuevo», pero que también podríamos traducir como «levantar la mirada». Bartimeo, de hecho, no solo quiere volver a ver, ¡también quiere recuperar su dignidad! Para mirar hacia arriba, hay que levantar la cabeza. A veces las personas se bloquean porque la vida las ha humillado y solo desean recuperar su propio valor.
Lo que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe. Jesús nos cura para que podamos ser libres. Él no invita a Bartimeo a seguirlo, sino le dice que se vaya, que se ponga en camino (cf. v. 52). Marcos, sin embargo, concluye el relato refiriendo que Bartimeo se puso a seguir a Jesús: ¡ha elegido libremente seguir a Aquel que es el Camino!
Queridos hermanos y hermanas, llevemos con confianza ante Jesús nuestras enfermedades, y también las de nuestros seres queridos, llevemos el dolor de quienes se sienten perdidos y sin salida. Clamemos también por ellos, y estemos seguros de que el Señor nos escuchará y se detendrá.
[1] Es la interpretación que da también Agustín en El consenso de los evangelistas, 2, 65, 125: PL 34, 1138.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Ecuador y Venezuela. Los invito a llevar con confianza ante Jesús nuestras enfermedades y las de nuestros seres queridos; a no ser indiferentes al dolor de los hermanos que se sienten perdidos y sin salida, sino a darles voz; seguros de que el Señor nos escuchará y actuará. Pidamos a Dios, por intercesión de María Santísima, que nos conceda la gracia de seguir a Aquel que es el Camino, Jesucristo nuestro Señor. Muchas gracias.
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Llamamiento
Deseo asegurar mis oraciones por las víctimas de la tragedia ocurrida en la escuela de Graz. Estoy cercano a las familias, a los profesores y a los compañeros de escuela. Que el Señor acoja en su paz a estos hijos suyos.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre el pasaje evangélico del ciego Bartimeo, que nos sitúa frente a un aspecto esencial de la vida de Jesús: su capacidad de curar. Bartimeo, solo y tirado al borde del camino, cuando oye pasar a Jesús grita, sabe pedir, abandona su manto, corre hacia el Señor y recibe lo que ansiaba, recobrar la vista.
La actitud de Bartimeo ante Jesús nos ayuda a no perder nunca la esperanza, aun cuando nos sintamos solos y caídos, porque Dios siempre escucha. Como él, todos tenemos necesidad de que Jesús nos cure, nos levante y nos ayude a retomar el camino. Para ser sanados por el Señor, pongamos también nosotros ante la mirada de Cristo, con fe y sinceridad, toda nuestra vulnerabilidad, sufrimientos y debilidades; seamos capaces además de no aferrarnos a nuestras aparentes seguridades, que muchas veces nos impiden caminar, y tengamos el valor de levantar la cabeza para recobrar nuestra dignidad.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Ecuador y Venezuela. Los invito a llevar con confianza ante Jesús nuestras enfermedades y las de nuestros seres queridos; a no ser indiferentes al dolor de los hermanos que se sienten perdidos y sin salida, sino a darles voz; seguros de que el Señor nos escuchará y actuará. Pidamos a Dios, por intercesión de María Santísima, que nos conceda la gracia de seguir a Aquel que es el Camino, Jesucristo nuestro Señor. Muchas gracias.
Audiencia general (4 de junio de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 8. Los obreros en la viña «Y les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña» (Lc 10).
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 4 de junio de 2025
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Ciclo de Catequesis – Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas. 8. Los trabajadores de la viña. «Y les dijo: “Id también vosotros a la viña”» ( Mt 20,4)
Queridos hermanos y hermanas,
Quisiera volver a reflexionar sobre una parábola de Jesús. Esta también es una historia que alimenta nuestra esperanza. A veces, de hecho, sentimos que no encontramos sentido a nuestra vida: nos sentimos inútiles, inadecuados, como trabajadores que esperan en la plaza del mercado a que alguien los lleve al trabajo. Pero a veces el tiempo pasa, la vida transcurre y no nos sentimos reconocidos ni apreciados. Quizás no llegamos a tiempo, otros se nos adelantaron o las preocupaciones nos han mantenido en otro lugar.
La metáfora de la plaza del mercado es también muy apropiada para nuestros tiempos, porque el mercado es el lugar de los negocios, donde lamentablemente el afecto y la dignidad también se compran y venden, intentando ganar algo. Y cuando no nos sentimos apreciados, reconocidos, incluso corremos el riesgo de vendernos al primer postor. El Señor, en cambio, nos recuerda que nuestra vida vale algo, y su deseo es ayudarnos a descubrirlo.
Incluso en la parábola que comentamos hoy, hay obreros esperando a que alguien los contrate por un día. Nos encontramos en el capítulo 20 del Evangelio de Mateo, y aquí también encontramos a un personaje con un comportamiento inusual, que sorprende y cuestiona. Es el dueño de una viña, que sale personalmente a buscar a sus obreros. Evidentemente, quiere establecer una relación personal con ellos.
Como decía, esta es una parábola esperanzadora, pues nos cuenta que este amo sale varias veces a buscar a quienes esperan encontrarle sentido a sus vidas. Sale inmediatamente al amanecer y luego, cada tres horas, regresa a buscar obreros para enviar a su viña. Siguiendo esta secuencia, tras haber salido a las tres de la tarde, no habría motivo para volver a salir, pues la jornada laboral terminaba a las seis.
Este maestro incansable, que quiere valorar la vida de cada uno de nosotros a toda costa, se va a las cinco. Los trabajadores que se quedaron en la plaza del mercado probablemente habían perdido toda esperanza. Ese día fue en vano. Y, sin embargo, alguien aún creía en ellos. ¿Qué sentido tiene contratar trabajadores solo para la última hora de la jornada? ¿Qué sentido tiene ir a trabajar solo una hora? Y, sin embargo, incluso cuando parece que podemos hacer poco en la vida, siempre vale la pena. Siempre existe la posibilidad de encontrarle sentido, porque Dios ama nuestra vida.
Y aquí la originalidad de este amo se aprecia también al final de la jornada, a la hora de la paga. Con los primeros trabajadores, los que van a la viña al amanecer, el amo había acordado un denario, que era el coste típico de una jornada de trabajo. A los demás les dice que les dará lo justo. Y es precisamente aquí donde la parábola vuelve a interpelarnos: ¿qué es justo? Para el amo de la viña, es decir, para Dios, es justo que cada uno tenga lo necesario para vivir. Ha llamado personalmente a los trabajadores, conoce su dignidad y, en base a ella, quiere pagarles. Y les da a cada uno un denario.
La historia cuenta que los obreros de la primera hora están decepcionados: no pueden ver la belleza del gesto del maestro, que no fue injusto, sino simplemente generoso; no solo se fijó en el mérito, sino también en la necesidad. Dios quiere dar a todos su Reino, es decir, vida plena, eterna y feliz. Y así hace Jesús con nosotros: no hace clasificaciones; a quienes le abren el corazón, se entrega por completo.
A la luz de esta parábola, el cristiano de hoy podría verse tentado a pensar: "¿Para qué empezar a trabajar de inmediato? Si la remuneración es la misma, ¿para qué trabajar más?". A estas dudas, San Agustín respondió así: "¿Por qué, entonces, tardas en seguir a quien te llama, estando seguro de la recompensa pero incierto del día? Cuídate de no quitarte, por tu demora, lo que él te dará según su promesa." [1]
Quisiera decirles, especialmente a los jóvenes, que no esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. No se demoren, arremánguense, porque el Señor es generoso y no quedarán defraudados. Trabajando en su viña, encontrarán respuesta a esa pregunta profunda que llevan dentro: ¿cuál es el sentido de mi vida?
Queridos hermanos y hermanas, ¡no nos desanimemos! Incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, pidamos al Señor que vuelva a salir y nos encuentre donde lo esperamos. ¡El Señor es generoso y vendrá pronto!
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[1] Discurso 87, 6, 8 .
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Saludos
Saludo cordialmente a los francófonos de Francia, Chad y Camerún, especialmente a los peregrinos de la Diócesis de Boba y al grupo de Ciclistas Cristianos de Nuestra Señora. Nuestro mundo lucha por encontrar el valor de la vida humana, incluso en su hora final: que el Espíritu del Señor ilumine nuestras mentes para que sepamos defender la dignidad intrínseca de cada persona humana. Que Dios los bendiga.
Saludo cordialmente a las personas francófonas de Francia, Chad y Camerún, especialmente a los peregrinos de la diócesis de Boba y al grupo de Motards Chrétiens Notre-Dame . Nuestro mundo lucha por encontrar el valor de la vida humana, incluso en su hora final: que el Espíritu del Señor ilumine nuestras mentes para que sepamos defender la dignidad intrínseca de cada persona. Que Dios los bendiga .
Doy una cálida bienvenida a los peregrinos y visitantes de habla inglesa que participan en la audiencia de hoy, especialmente a los procedentes de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Finlandia, Kenia, India, Indonesia, Corea del Sur, Filipinas y Estados Unidos. Al prepararnos para celebrar la solemnidad de Pentecostés, invoco sobre ustedes y sus familias la abundante efusión de los dones del Espíritu Santo. ¡Que Dios los bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de habla alemana, en los días previos a Pentecostés, pidamos al Señor el don de su Espíritu. Que marque nuestras vidas con su amor y renueve así la faz de la tierra.
Queridos hermanos y hermanas de habla alemana, en estos días previos a Pentecostés, estamos invitados a pedirle al Señor el don de su Espíritu. Que marque sus vidas con su amor y así renueve la faz de la tierra .
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, República Dominicana, Guatemala, Perú y Colombia. Los animo a todos a pedir con insistencia al Señor que salga a su encuentro, en especial roguemos por los jóvenes y por los que se encuentran en un momento oscuro de su vida, desanimados y sin ver claro el futuro. Que el Amo de la viña les haga sentir su voz y les dé la fuerza de responderle con entusiasmo, les puedo decir por experiencia que Dios les sorprenderá. Muchas gracias.
Les envío un cálido saludo a todos los que hablan chino. Queridos hermanos y hermanas, los animo a todos a ser alegres y a andar siempre por los caminos del Señor. ¡Los bendigo a todos!
[ Extiendo mi cordial saludo al pueblo de habla china. Queridos hermanos y hermanas, los animo a caminar siempre con alegría en los caminos del Señor. ¡Mi bendición para todos! ]
¡Bienvenidos todos los peregrinos de habla portuguesa, especialmente los de Río de Janeiro y São Paulo! Hermanos y hermanas, con corazón humilde y llenos de amor por todos, respondamos sin demora a la invitación de Cristo. Digo esto especialmente a los jóvenes: ¡no tengan miedo de trabajar en la viña del Señor! No pospongan el encuentro con Aquel que solo puede dar sentido a nuestras vidas. ¡Que Dios los bendiga!
[¡ Bienvenidos todos los peregrinos de habla portuguesa, especialmente los de Río de Janeiro y São Paulo! Hermanos y hermanas, con un corazón humilde y lleno de amor por todos, respondamos sin demora a la invitación de Cristo. Digo esto especialmente a los jóvenes: ¡no tengan miedo de trabajar en la viña del Señor! No pospongan el encuentro con Aquel que solo puede dar sentido a nuestras vidas. ¡Que Dios los bendiga! ]
Saludo a los creyentes de habla árabe. ¡No nos desanimemos! Incluso en los momentos más oscuros de nuestras vidas, Dios siempre nos sale al encuentro con amor y esperanza. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja siempre de todo mal!
Saludo a los fieles de habla árabe. ¡No nos desanimemos! Incluso en los momentos difíciles de la vida, Dios siempre nos sale al encuentro con amor y esperanza. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja siempre de todo mal !
Saludo cordialmente a los polacos. Los animo a seguir al Señor con valentía, respondiendo al llamado que dirige a cada uno de ustedes. Que los santos y los beatos los guíen en este camino. Entre ellos se encuentra el beato Pier Giorgio Frassati, patrono del Encuentro Nacional de Jóvenes de este año en los Campos de Lednica . ¡Los bendigo de corazón!
Saludo cordialmente a los polacos. Los insto a seguir al Señor con valentía, respondiendo al llamado que dirige a cada uno de ustedes. Que los santos y beatos los guíen en este camino. Entre ellos se encuentra el beato Pier Giorgio Frassati, patrono del Encuentro de Jóvenes de este año en Polonia, en los Campos de Lednica . ¡Los bendigo de corazón !
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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de habla italiana. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Nocera Inferiore-Sarno, con Mons. Giuseppe Giudice. Queridos hermanos y hermanas, no os canséis de encomendaros a Cristo y de proclamarlo con vuestra vida en familia y en todo ambiente. Esto es lo que la gente de hoy también espera de la Iglesia.
Saludo también a los fieles de San Severo, Canosa di Puglia y Altamura, animándolos a profundizar su vida de fe y a ser protagonistas de una valiente acción evangelizadora en el territorio. Doy una afectuosa bienvenida al grupo ANAS y al Instituto Ursulina de San Carlo de Milán y les aseguro mis oraciones para que el Señor colme cada uno de sus dones.
Finalmente, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. En el clima de preparación para la ya cercana Solemnidad de Pentecostés, los exhorto a ser siempre dóciles a la acción del Espíritu Santo, invocando su luz y fuerza.
¡Mi bendición para todos!
Audiencia general (28 de mayo de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 7. El samaritano. «Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió» (Lc 10)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 28 de mayo de 2025
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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 7. El samaritano. «Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió»(Lc 10).
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.
Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».
Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.
La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.
Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.
Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.
Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.
La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.
Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.
Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Argentina, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia, Guatemala y Chile. Los animo a contemplar con esperanza todas las veces que Jesús se detuvo ante nosotros cuando nos encontrábamos caídos al borde del camino, pidiéndole que nos dé entrañas de misericordia para tener la misma compasión con los demás que Él tuvo con nosotros. Muchas gracias.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis releemos la parábola del buen samaritano. El Señor la dirige a un hombre que, a pesar de conocer las Escrituras, considera la salvación como un derecho que le es debido, algo que se puede adquirir. La parábola le ayuda a cambiar de perspectiva, y a pasar de centrarse en sí mismo a ser capaz de acoger a los otros, sintiéndose llamado a hacerse prójimo de los demás, sin importar quienes sean, y no sólo juzgar cercanas a las personas que lo aprecian.
La parábola gira en torno al camino que hace cada personaje, al modo de aproximarse a los demás y a cómo se comporta cada uno cuando ve al prójimo en dificultad. En definitiva, la parábola nos habla de compasión, de comprender que antes de ser creyentes debemos ser humanos. El texto nos pide reflexionar sobre nuestra capacidad de detenernos en el camino de la vida, de poner al otro por encima de nuestra prisa, de nuestro proyecto de viaje. Nos pide estar dispuestos a reducir las distancias, a implicarnos, a ensuciarnos si es necesario, a hacernos cargo del dolor del otro y gastar de lo nuestro, volviendo a su encuentro, porque el prójimo es para nosotros alguien cercano.
Audiencia general (21 de mayo de 2025). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La vida de Jesús. Las parábolas 6. «El sembrador. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas» (Mt 13)
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 21 de mayo de 2025
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Catequesis - Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 6.«El sembrador. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas»(Mt 13).
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra darles la bienvenida en mi primera audiencia general. Hoy retomo el ciclo de catequesis jubilares sobre el tema «Jesucristo, nuestra esperanza», iniciado por el Papa Francisco.
Hoy seguiremos meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a recuperar la esperanza, porque nos muestran cómo obra Dios en la historia. Hoy me gustaría detenerme en una parábola un poco particular, porque es una especie de introducción a todas las parábolas. Me refiero a la del sembrador (cf. Mt 13,1-17). En cierto sentido, en este relato podemos reconocer la forma de comunicarse de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy.
Cada parábola cuenta una historia tomada de la vida cotidiana, pero quiere decirnos algo más, nos remite a un significado más profundo. La parábola suscita en nosotros interrogantes, nos invita a no quedarnos en las apariencias. Ante la historia que se cuenta o la imagen que se me presenta, puedo preguntarme: ¿dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué dice esta imagen a mi vida? El término parábola proviene, de hecho, del verbo griego paraballein, que significa lanzar delante. La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me empuja a interrogarme.
La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad.
Al principio, vemos a Jesús que sale de su casa; una gran multitud se reúne a su alrededor (cf. Mt 13,1). Su palabra fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.
Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa de dónde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?
Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.
Al contar cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.
Tengo en mente ese hermoso cuadro de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del esfuerzo del campesino. Y me llama la atención que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece una imagen de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos muy bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que está a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol que calienta la tierra y hace madurar la semilla.Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida nos alcanza hoy la palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en nosotros para convertirnos en terreno mejor.
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a contemplar con esperanza esta maravillosa imagen del Señor derramando su amor en nuestro corazón. Pidámosle, sin desanimarnos, que sea Él quien lo transforme en tierra fecunda, que da fruto sin que nosotros sepamos cómo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra recibirlos hoy en esta primera catequesis, en la que seguimos reflexionando sobre el tema de la esperanza, con ayuda de la parábola del sembrador. Las parábolas son un modo en el que el Señor nos comunica su Palabra para que esta nos cuestione e interpele, provocando en nosotros una respuesta al interrogante que subyace en la narración que nos cuenta: ¿Dónde me ubico yo en este relato? ¿Qué le dice a mi vida?
Con la imagen de la semilla, que el Señor usa muchas veces, la parábola del sembrador nos anima a reflexionar sobre esa disposición a acoger la Palabra de Dios en nuestra vida, sabiendo que a veces estaremos distraídos, otras, nos dejaremos llevar por el entusiasmo, o bien nos sentiremos agobiados por las preocupaciones, y esto nos impedirá ser ese terreno fértil que Jesús busca. Pero Dios es generoso en su amor, literalmente lo derrocha, sin cansarse jamás de sembrar, hasta que su semilla germine y dé fruto.